Viaje astral

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La impotencia que produce saber la verdad de lo ocurrido, me lleva a deprimirme a tal extremo de querer suicidarme. He proclamado por todas las celdas, en cada pasillo de este lugar no ser culpable sobre el crimen de mi esposa. ¡Maldita sea! ¡Yo no lo hice! ¿No existe algún método capaz de leer los recuerdos y así darse cuenta que yo no la maté? Es inútil, nadie creerá mis compulsivos reproches. Me toca sobrevivir detrás de estos barrotes y escribir lo sucedido aquella madrugada. Sin embargo sé que, al igual que todos, no creerán mi defensa y mucho menos al saber que por unos momentos no poseía dominio de mi propio cuerpo, y solo presenciaba sin posibilidad de hacer nada, aquella indescriptible escena.

Hace dos años me casé con la que fuera mi esposa. Todo era relativamente normal en nosotros como cualquier otra pareja. Nos mudamos a un apartamento lujoso en un condominio exclusivo. Mi trabajo como doctor me generaba muy buenos ingresos que unidos a los de ella nos permitía vivir muy cómodamente.

Compartíamos gustos muy similares. Podría decirse que éramos una pareja normal, exceptuando por secretos que yo guardaba en mí mismo. «¿Qué pareja no tiene secretos?», pensaba yo. El hecho de vivir juntos no obliga a nadie a tenerlo todo al descubierto. Y por esa razón teníamos roces de vez en cuando, pero nunca de llegar a un extremo de agredirnos o maltratarnos verbalmente uno al otro.

El problema no era la desconfianza que ella me insinuaba, radicaba más que todo en el secreto tan... absurdo, si se podría llamar así, que yo poseía.

Debí decírselo antes de que todo sucediera, pero temía que me abandonara o pensara que lo inventaba para alejarme de ella. La amaba. La amo todavía. ¿Pero cómo decirle que desde joven sufro, de manera esporádica, lo que algunas personas llaman como «viaje astral» o más conocido como la separación que sufre el alma del cuerpo? Reconozco que parece sacada de alguna película de terror, pero el terror se haría realidad al llegar a aquel lujoso apartamento.

Nuestro nuevo hogar era lo que esperábamos. Con detalles y acabados muy finos. Era perfecto. Se ubicaba en el tercer piso de aquel edificio. Hasta ahí todo iba de acuerdo a lo planeado.

Localizamos una empleada para el aseo de nuestro apartamento. Era una mujer joven muy educada. Uno de los apartamentos de al lado se encontraba ocupado por el Señor Hardy. Era un abogado de una trayectoria muy reconocida en la ciudad. Lo había visto por televisión en algunas ocasiones en las que tuvo que defender a diferentes personas reconocidas por los medios de comunicación. Parecía ser una persona un poco retraída detrás de aquellas canas que le cubrían gran parte de la cabeza. Su semblante daba el aspecto de ser un hombre muy serio y poco sociable. Pero mis insinuaciones serían contrariadas al ver una gran disposición de parte de él en cualquier asunto que ocupáramos. Preferiblemente en casos legales, decía en son de broma.

Pasaron algunas semanas antes de que tuviera mi primer viaje astral en mi nuevo aposento. Sé que tendrán curiosidad por explicarles qué se siente en esos instantes. Sin embargo los desilusionaré al decirles que ya es algo tan normal en mí que no le veo lo maravilloso. ¿Por qué sufro este tipo de situaciones? No lo sé. Algunas personas nacemos con ciertos dones o habilidades que no les encontramos el propósito. Ese era mi caso.

Esa primera vez desperté en medio de la noche sin ningún contratiempo. Me senté al borde la cama. Sabía que si observaba hacia atrás encontraría un cuerpo sin aliento, vacío, totalmente desprovisto de toda capacidad cognitiva. El motor capaz de moverlo ya estaba a unos pasos lejos de él. Miré a mi esposa, dormía profundamente con la boca entreabierta, gesticulando algunas palabras en silencio. Me detuve a observar mi cuerpo detenidamente. Aquello era increíble, era capaz de verme a mí mismo acostado. Era una especie de títere sin alguien que manejara sus cuerdas. En esos momentos me siento liberado, como si un gran peso de encima se quitara de mis hombros, sentía que podía volar en medio de la noche e ir a cualquier parte donde quisiera. No obstante nunca me alejaba de mi cuerpo en medio de la habitación. Me aterraba la idea de alejarme demasiado de él y después no encontrar la forma de regresar. Solamente disfrutaba ese momento en donde sentía una relativa calma. Me acosté sobre mi cuerpo nuevamente y desperté hasta que los rayos del sol se asomaban por las ventanas.

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⏰ Última actualización: Apr 13, 2016 ⏰

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