Blasfemia recurrente.

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Quememos una iglesia, pero antes mancillémosla con nuestros fluidos.

Colócame un cilicio en cada muslo y hazme gatear sobre el altar mientras recito los diez mandamientos.

Ensúciame el rostro con tu semilla a través de la celosía del confesionario mientras te cuento todas y cada una de mis perversiones.

Deja que cabalgue sobre ti en la sillita de terciopelo rojo que yace en la sede, mi jugo volverá el rojo simplón en esmeralda profundo.

Hunde mi rostro en la pila bautismal mientras me sodomizas, sigamos los dictados de los testigos de Jehová, dicen que por ahí no es pecado.

Tomemos el vino caro del sagrario y bebámoslo desnudos mientras nos perdemos en el humo de tu cigarro de la risa.

Azótame sobre la mesa de la sacristía con una regla rememorando esos viejos fetiches que los curas llevaban a cabo disfrazados de castigo.

Lee a Sade para mí desde la credencia sin quitar los ojos de mi mano, la misma que urgará en mi sexo al ritmo de cada crítica sobre la moral.

Colguemos posters de Shasha Grey disfrazada de monja y comiendo falos a diestro y siniestro en la pared del retablo, junto a la cruz.

Y por fin bésame, bésame mientras la vemos arder.

Bésame con la emoción de saber que ahora existe un foco menos de represión y falsa redención.

Vómitos introspectivosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora