Heridas del tiempo

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Todo es blanco. Sé que me acabo de despertar porque aún noto el terrible peso de mis párpados y estoy muy aturdida. Pero lo que más me llama la atención es el pitido de los oídos que no cesa.

A medida que me voy despertando, encuentro cosas que no encajan. ¿Cómo puede ser blanco? Esto es imposible. Mi habitación es de un azul claro como el cielo y decorada con hojas de otoño cayendo lentamente.

Me pongo nerviosa. No encuentro sentido a nada. Y sólo veo blanco porque veo borroso y no soy capaz de abrir los párpados por completo. Cansada y harta de intentar despertarme vuelvo a cerrar los ojos.

No me acuerdo de nada de lo que me pasó antes de abrir los ojos. Así que intento recordar y me introduzco en una especie de sueño, que en realidad es el recuerdo de lo sucedido...

"No puedo aguantar más. Tengo muchísimas ganas de llegar al aeropuerto. Sé que será muy difícil decirle adiós a mi familia, pero aún mayor será la felicidad que sentiré al llegar allí. Acabo de cumplir dieciséis años. Así que cuando vuelva, un año más tarde, casi seré mayor de edad. Aunque supongo que me da igual porque mi familia me va a seguir tratando exactamente igual.

Llegamos al aeropuerto. Hace un día horrible. Una densa niebla lo cubre todo mientras llovizna. Entramos por la puerta y miro mi reloj. Me queda una hora para salir. Aún no he facturado, pero llegamos con tiempo de sobra.

Veo allí a algunos de los de mi curso. Todos mis amigos están ahí. No falta ninguno. Ni siquiera mi mejor amiga, ni siquiera Berto, el niño del que estoy enamorada. Sé que puedo cerrar los ojos e imaginarme perfectamente la vida que tendré, mi futuro.

Todo es perfecto. En unas horas llegaré a Nueva York a disfrutar durante todo un año la maravillosa beca que nos dieron para hacer el siguiente curso en un instituto de allí. La beca que conseguimos algunos de nuestro instituto de Compostela por nuestros magníficos resultados académicos.

Estoy algo nerviosa, y miro el reloj de nuevo. Me quedan diez minutos para facturar e irme. Nos levantamos y mi familia me acompaña hasta el lugar donde debo facturar.

El primero en acercarse es mi tío, que me da una palmada en la espalda y me abraza con una sonrisa bromista, como siempre.

Después se despiden muy cariñosamente de mí la abuela, el abuelo, la tía y por fin le llega el turno a mis padres.

- Pásalo muy bien y recuerda que estamos aquí y que iremos donde haga falta si nos necesitas- me dice mi padre y después me da un beso en la frente.

Estoy a punto de llorar, y aún me falta la peor parte: mi madre, Carmen. Mi madre está siempre conmigo. Ella es la única que conoce todos mis secretos. Ni siquiera Inés, mi mejor amiga, sabe todos mis secretos.

Mi madre se despide de mí entre sollozos y me acerco al último miembro de mi familia: el pequeño Fiz. Tiene tan sólo cinco años y va a todas partes con su perro de peluche, Pepe. Me agacho y veo que empieza a hacer pucheros.

- Catalina no te vayas...- dice con la voz ronca y me abraza.

Yo lo abrazo y le digo que tendrá a Pepe para hacerle compañía el poco tiempo que me iré. Pero le digo que, de todas formas, le llamaré todos los días por teléfono. Lo abrazo y le doy un beso en la frente. Veo como mamá lo agarra mostrándole su apoyo.

Y, entonces, me alejo de mi familia. Me acerco a mis amigos e Inés me coge la mano. A nuestro lado hay otros muchísimos niños, ya que también dieron premios a otros institutos.

Entre ellos hay un niño que no me quita el ojo de encima. Tiene mi edad, y a pesar de que lo miro yo también, no deja de mirarme. No lo veo tranquilo ni sonriente. Está serio, puede que hasta descontento. Aunque no entiendo qué tengo yo que ver en eso.

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