SOPA

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Las calles de la ciudad huelen a muerte y la mórbida neblina que recorre las avenidas se despeja con los primeros rayos de sol. Ya llegando a las siete de la mañana todos se preparan para comenzar el nuevo día. Se enciende la televisión, se lee el periódico, se escucha la radio. Muerte, es lo único que nunca falta en los noticiarios de diario. Pero en donde se puede apreciar con morboso lujo de detalle es en los periódicos tapizados con ejecutados. Aceras pintadas con sangre y una mujer, quizá una madre, una esposa llorando a un costado de un hombre sin vida que paso toda la noche a la espera de sus seres queridos. Esto es el pan de cada día, tierra de malos, tierra de lágrimas y llantos, un lugar solo para los valientes, quizá para los anestesiados, fanáticos de futbol o por qué no, comedia vergonzosa que apenas logra entretener. En una localidad cuyo nombre es prohibido pronunciar vive un hombre que cansado de tanto dolor decidió buscar una alternativa para callar los gritos de impotencia y de pérdida. Finalmente descubrió que el hueco dejado por la pérdida sería más sencillo llenarlo con comida.

Aquella localidad era la favorita para tirar cadáveres. Se volvió tan cotidiano tener que brincar cuerpos, lavar sangre y barrer casquillos de balas que la gente poco a poco amoldó su rutina para poder sobrellevar aquella infame situación. Una mañana los gritos de una vecina despertaron a la comunidad. Era su nieto de tan solo diecisiete años que había sido despachado de dos tiros en la cabeza. El chico que apenas lucía una leve sombra de barba en el rostro había amanecido amarrado a un poste de luz. La mujer luchó por desamarrar el cuerpo de su nieto hasta que llegaron a su auxilio un par de vecinos y finalmente lograron bajarlo. La anciana lucía destrozada mientras le gritaba a todos los curiosos que se aglomeraban frente al cadáver que siempre había sido un buen chico y que no se merecía haber terminado de esa manera. Quizá lo haya sido, al final no todos los que tenían la desdicha de vivir en tierras bañadas en sangre eran malas personas. Consistía simplemente en que a veces se estaba en el lugar y en el momento menos indicado. La señora se dejó caer sobre la banqueta mirando el cuerpo de su nieto con un rosario enredado sobre unas manos que no paraban de temblar mientras el resto de sus familiares colocaban veladoras alrededor del cuerpo. Pasado el medio día y con la anciana controlada pues no había dejado de llorar en toda la mañana, un aire conocido comenzó a impregnar los pulmones de los familiares que estaban llenos de desdicha. La gente sonrió al ver al cocinero acercarse con su olla y los cuencos de sopa.

No se sabía nada de aquel sujeto salvo que aparecia en una bicicleta en la cual transportaba su olla de sopa humeante. El aroma era delicioso, tanto que a era capaz de pintar sonrisas en los rostros demacrados por la pérdida de un ser querido. El hombre era delgado y de cabello canoso. Sus manos, suaves, pulcras y limpias ofrecían los cuencos de comida a las personas reunidas alrededor del cadáver mientras que con un cucharon servía las porciones. Las personas comían la sopa con tanta alegría que se olvidaban por completo del muerto que yacía entre ellos. El olor de la sangre aderezaba el vapor de la sopa. Era perfecto para poder sobrellevar la pena de la perdida. La anciana tomó el cuenco de sopa y sorbió el delicioso líquido que al contacto con sus papilas gustativas disparó texturas y sabores tan exquisitos que parecía de otro mundo. Una sensación inexplicable. Mientras todos comían el hombre sonreía satisfecho, como si el mismo dios le hubiera encargado tan misericordiosa encomienda.

El cocinero ya era conocido en toda la localidad. En cada esquina, cantina y mercado se hablaba de su sopa y de lo buena que era. Los cadáveres aparecían y la sopa llegaba justo a tiempo para sanar el corazón. No había una sola persona que no hubiera probado su deliciosa comida. ¿Qué sabor tan reconfortante podría tener aquel platillo que calmaba el alma? Muchos pobladores eran de bajos recursos por lo que su dieta muchas veces se limitaba a frijoles, tortillas y huevo. Llegó una temporada en que las personas salían en las madrugadas a buscar a los muertos recién cosechados únicamente para poder tener entre sus manos aquel delicioso platillo. Las lágrimas dejaron de correr sobre los rostros de los familiares que descubrían al ser querido sin vida para ser sustituidas por carcajadas pues la sopa era en extremo deliciosa y la pena se volvía el menor de sus problemas ¡pobres muertos! Cuando finalmente se hacía presente el hombre de moda todos gritaban y se abrían paso para ser los primeros en comer de su famosa sopa. Algunos incluso tropezaban con el cadáver haciendo que este pasara desapercibido y finalmente olvidado. La acera se pintaba de huellas de sangre al tiempo que el llanto se transformaba en sorbos, risas y felicidad. Y así, como había pasado la noche, el muerto terminaba velado por el sol.

Una mañana no aparecieron muertos en las calles. El aroma de la hierba se respiraba tan extraño como las calles limpias y ausentes de dolor. Algunos pobladores que se habían adelantado a buscar a los muertos regresaban decepcionados al toparse con una mañana tranquila y sin gritos. En las cantinas y los mercados se comentaba sobre la repentina desaparición de los muertos. Pasaron tres días más y luego una semana y los muertos seguían sin aparecer. Entonces los pobladores comenzaron a preocuparse porque quizá no volverían a probar aquella sopa. Sus estomago rechazaban la comida y poco a poco comenzaron a sumirse en la desesperación. El cocinero no aparecía por ningún lado.

Las personas de la comunidad dejaron de hablar y convivir entre ellos debido a que permanecían siempre expectantes a la llegada de su salvador. Todos lucían demacrados y con los ojos perdidos. Castañeaban los dientes y mostraban cortadas en los brazos y las mejillas hechas con cuchillos o las mismas uñas derivados de la ansiedad. Era evidente el estado de abstinencia que azotaba sus cuerpos. Para buscar una solución se convocó a toda la comunidad a una reunión de emergencia nocturna en la cual se invitó a todos los pobladores debido a que el problema que los azotaba los perjudicaba por igual.

El rebaño acudió, arisco como si todos fueran extraños o enemigos haciendo que el aire se tornará cada vez más denso y peligroso a medida que pasaba la noche. Para hacer más evidente la desgracia el cocinero no se presentó. Al notar la ausencia del hombre el delgado hilo que los mantenía sujetos a la cordura finalmente terminó por romperse. No hubo diálogo y tampoco respuestas, sólo acciones. La desesperación se apoderó de un hombre que sacó una pistola y abrió fuego contra las personas reunidas. Cuando se disipó el humo pudieron apreciar a tres vecinos que habían caído abatidos ante el arrebato de demencia del hombre. Todos se quedaron en silencio al tiempo que el eco de los disparos se perdían en el aire. Segundos después los allí reunidos volvieron en sí encontrando una horrida similitud en sus rostros vacunos e inexpresivos; habían encontrado la solución. Una mujer sacó de su delantal un cuchillo y apuñalo a su vecina en el cuello bañando a los presentes de sangre. Mas adelante un puñado de hombres comenzaron a golpear a un chico hasta que un perspicaz decidió terminar con su vida dejando caer una roca sobre el rostro. Después un niño apaleó a otro hasta abrirle el cráneo mientras este terminó por recibir una apuñalada en el estómago por parte de la anciana que días atrás había llorado a su nieto. El mórbido festival de muerte cubrió la plaza dejando un mar de sangre, gritos y cadáveres. Se escucharon más detonaciones, viseras cercenadas y huesos partiéndose . Hombres, mujeres y niños se mataron a la luz de la luna y los aullidos de los perros. Cuando terminó la masacre habían sobrevivido únicamente nueve personas, cuatro de ellos niños que se habían escondido mientras presenciaban la orgia de muerte que se había llevado a cabo. Vecinos y familiares por igual se habían matado como animales peleando por un trozo de carne. Los adultos miraron a los niños, empuñaron sus cuchillos, sus pistolas o cualquier objeto que hubiesen adoptado como arma y arremetieron contra ellos. Hubo una ultima detonación que le destrozó el cráneo a un pequeño que no rebasaba los seis años. Miraron al siguiente objetivo débil. Antes de que la anciana pudiera reaccionar cuatro hombres ya la molían a palos. Finalmente se reuniría con su nieto. quedaban siete personas con vida cuando a lo lejos se formó entre la niebla la figura del cocinero y su olla bendita.

Las personas que habían sobrevivido se miraron con ternura y se estrecharon en un cálido abrazo. Cada uno de ellos tomó a uno de los niños que habían sobrevivido y se encaminaron para con el cocinero "por qué has llegado hasta ahora" preguntó un hombre mientras sorbía el preciado elixir humeante. El cocinero sonreía mientras miraba la explanada cubierta de cuerpos "se me habían acabado los ingredientes, pero ahora tengo una dotación de por vida" terminó de servir las siete porciones y dejó la olla en el suelo mientras se encaminaba a los cuerpos. "Si quieres un buen platillo debes escoger lo mejor de la cosecha" cuando dieron fin a la sopa el cocinero había desaparecido, se podía ver a lo lejos el camino de sangre que habían dejado los cuerpos al ser arrastrados. Los sobrevivientes se levantaron del suelo y se encaminaron a sus hogares. Barriga llena corazón contento. Podían esperar un día más para volver a comer sopa.

EL MIGRADOR.



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