Oigo su corazón desde aquí, la sangre corriendo por sus venas a gran velocidad. La frente con las primeras perlas de sudor y la respiración agitada.
Puede entrenar y convertirse en el mejor, pero un humano no está tallado en piedra, y el alma no es un bloque de roca dura e impenetrable. El miedo también puede hacer mella en ella.
Y no hay un miedo más fuerte que a lo desconocido. A la muerte.
Había despertado la noche anterior junto a él, bajo la cúpula celeste y abrigado al frío nocturno le había encontrado temblando. Junto a su cuerpo, otros intentaban dormir, algunos murmuraban oraciones. Sólo mi reciente protegido callaba, y se encontraba pensativo.
Ante mis ojos al mirar su rostro y ahondar en él, vislumbré la estilizada figura de una niña morena y vivaracha que alzaba sus brazos hacia una mujer de rizados cabellos largos que la miraba con ternura. Sus ropas eran telas oscuras, muy pobres, y sus rostros no poseían la pulcritud de la nobleza, pero eran bellos sin lujos ni pomposidad.
El joven sonreía, parecía reconfortado, pero su rostro cambió a una expresión más serena y tranquila, casi de adoración, siendo sustituida la imagen de la mujer con la pequeña por unos ojos morenos que parecían contener todos los universos existentes, enmarcados en una tez con pecas y unos cabellos del cobre más puro.
Una lágrima resbaló por la mejilla de mi protegido en aquel momento, y entonces intuí los fuertes lazos que le unían a esas mujeres.
-Por vosotras...
El murmullo del muchacho me devolvió al presente, encontrándome junto a otros hombres que, bajo una fortaleza fingida intentaban sujetar el escudo y la espada con entereza.
No eran más que hombres, no soldados.
Estaban allí para mantener a sus familias, no tenían deseos de conquista para la mayor gloria del imperio.
No había poder más valioso que la sonrisa de la mujer a la que aquel chico amaba.
El cielo comenzaba a teñirse de los colores del alba cuando la formación se completó con el último de los hombres, no se oía una palabra, tan sólo las respiraciones entrecortadas y el relincho de algún caballo.
El tiempo parecía haberse detenido, ni el aire se deslizaba. En los corazones de aquellos humanos resonaban aún las palabras de aliento del general, quien intentó infundirles valor y honra para sus nombres, pero nada de aquello importaba al chico. Aquellas cualidades sólo estaban al alcance de los más ricos, quienes podían preocuparse de esas nimiedades.
El muchacho sabía muy bien que aquellos que, como él, no podían permitirse el lujo de contar con comida asegurada cada día, conocían lo que es verdaderamente valioso en esta vida.
Mi humilde protegido no ansiaba estatuas ni coronas de laurel, no anhelaba el poder y la fama. En su corazón no había audacia y valor, sólo supervivencia además de la esperanza para un futuro mejor para los suyos.
A mi alrededor se extendían dos niveles en la visión; uno de ellos era el terrenal, el que mi atemorizado protegido observaba, y el otro se trataba del superior, donde miles de compañeros alados esperaban, como los mortales, el momento.
Podía ver, con pesar, cómo la mayoría de ellos perdían poco a poco su trasluz brillante, convirtiéndose en sombras desvaídas y mostrando expresiones apenadas en sus rostros.
Su misión concluía desgraciadamente en aquel terreno arenoso y áspero.
Los humanos, de diversas edades, se apiñaban unos con otros intentando buscar una mejor posición para colocarse, los escudos y las espadas de baja calidad que poseían entrechocaban en algunas ocasiones, aunque el silencio era espeso y derramaba pesar en los corazones de aquellos pobres desgraciados.
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Memorias de Legna
FantasyHe vivido muchas vidas, pero cada una de ellas ha sido única y especial. Cada una de ellas dejó un recuerdo imborrable en mí. Al menos, puedo estar orgulloso de la extraordinaria memoria que poseen los seres como yo.