Parte 3 La ciega obsesión

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Nico se adentró en aquel laberinto en el que había intentado penetrar dos veces, fallando estrepitosamente cada vez.

No sabía por qué seguía a aquella muchacha y no sabía qué haría cuando la alcanzara, pero sabía que no descansaría hasta hacerlo; debía tocar a aquella hermosa joven, fuera como fuese.

Nico corrió al darse cuenta de que la cola de los ropajes de la chica se perdían entre las paredes del laberinto. Giró sobre si un par de veces, siguiéndole el rastro y sin perderla. Aminoró el paso cuando ella también lo hacía y lo acrecentaba cuando el paso de ella se volvía más ligero, más rápido y ágil.

Nico, por más deprisa que fuera, nunca llegaba a ver el cuerpo de la muchacha, únicamente veía el extremo del vestido, siempre el vestido.

¿Cuantas vueltas habían dado ya? ¿Sabría la chica adónde iba o se había perdido ya? ¿Estaban dando vueltas o de veras la muchacha sabía lo que se hacía? Nico había pasado por el lado de las estatuas de los dioses mitológicos, todas aquellas figuras muertas atrapadas en su inalterable belleza, condenadas a la eterna fragancia de las rojas rosas que las rodeaban.

Nico decidió acelerar la marcha, pues en unos segundos el chico impulsivo que llevaba dentro de él venció a aquel otro paciente. De pronto deseó verle el rostro a aquella desconocida, aquella que él había estado esperando toda su vida, aquella que le comprendería, aquella alma en pena que vagaba buscando, como él, quien la comprendiera.

Acrecentó la marcha, pero al mismo tiempo notó cómo iba más lento que antes. Ésto hizo que corriera todavía con más afán, con más fuerza, con más ganas. Todo ello no le sirvió para adelantar. Parecía que contra más corría hacia ella, más se alejaba.

Notó las rosas que sobresalían de los perfectos rosales, cuyas espinas afiladas buscaban víctimas a las que desgarrar. Al principio se topó únicamente con la flor, con los suaves pétalos, que le acariciaron el rostro, pero conforme el chico insistía en dar fuerza a sus pies, las flores se enfadaban y ordenaban a sus espinas a clavarse en el desagradecido muchacho que había osado pasar de largo su belleza y su aroma, posando toda su atención en algo que le había parecido más hermoso, más digno de admiración que las propias flores.

El muchacho notaba como le arañaban las pantorrillas, los brazos y la cara, pero él no cedía la marcha, no abandonaba el ritmo, no se detenía. Un brutal rosal, que pareció tener la fuerza suficiente como para desplazarse hacia el muchacho, le desgarró un buen cacho de su camisa, dejando más al descubierto al objetivo que, por cometer el agravio de subestimar el poderío de las habitantes del laberinto, desgarrarían sin piedad.

Nico no pudo evitar soltar un jadeo por las horribles espinas que se clavaban en su pecho, ahora desnudo. Poco a poco fue aminorando el paso, sin quererlo. Deseaba ver a aquella chica, lo anhelaba como jamás había anhelado nada. Intentó seguir, pero no pudo: los rosales se acercaban a él, comprimiéndolo, abrazándolo vengativos.

Sentía que los ojos le pesaban, que sus fuerzas le fallaban. Pudo observar a sus pies un rosal blanquecino como de plata. La sangre del muchacho, que manaba de todas partes del cuerpo de Nico, goteó alrededor de aquel rosal, que pareció absorber el fluido.

Escuchó un ruido; la chica, al notar que Nico había dejado de seguirla, había vuelto sobre sus pasos, esperándole. Entonces el muchacho la vio.

              Era tan hermosa....                                                                                                                                                                                                     tanto....                                                                                                                                   

Iba a morir, pero ¿qué importaba? La había visto una última vez, y con eso bastaba. El día más feliz de su vida había sido su último día. Y aquella gran felicidad no la había causado las matemáticas o la ciencia, ni siquiera las letras, no. Aquella felicidad, aquella sensación de verdadera paz la había conseguido gracias a la visión celestial de la hermosa muchacha rodeada de rosales rojos y figuras mitológicas.

No hace falta decir que Nico no vivió para contemplar cómo el plateado rosal había acabado tornándose rojo escarlata, del rojo de su sangre.

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Que bien que hayas llegado ya al final! >.< Era como esperabas? algo parecido? Nada? Nada de nada?

En cualquier caso muchas gracias por leer esta historia y, si quieres seguir leyendo mis historias, ahora estoy en medio de una, se llama La Terra Mater, espero que os guste, si decidís aventuraros a leerla! ;) 

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⏰ Última actualización: Apr 14, 2017 ⏰

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El laberinto de rosas rojasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora