Aún siento el frío acariciar mi rostro, y pienso que no es frío en realidad, sino la voz de tu ausencia, que me acaricia, que me besa el corazón, lo muerde hasta que sangra, y la herida se abre una vez más por sentir que estás tan lejos, y las veces que pude besarte y no lo hice, me encadenan a los miedos que me acosan por las noches sin estrellas.
Mi amor, tengo miedo, tengo miedo de que desaparezcas de mis sueños, de mis ojos, que tu rostro deje de ser visible para mí en tu ausencia, y de no saber si pude borrar de tu piel los besos que otros labios dejaron, las huellas de otros amores que estuvieron antes que yo, y lloro en silencio aunque sé que mis besos quedaron marcados en tu alma, y no sólo en tu piel. Lo sé por la forma en que me mirabas, por como tus ojos suplicantes me pedían que nunca me apartara de ti. Nunca me lo dijiste, pero tus ojos lo gritaban, y aún así, fuiste tú quien me dejó a mí.
Las horas pasan en silencio y yo sigo sentado en mi escritorio, escribiéndote. Lo más seguro es que estas líneas nunca lleguen a ti, y se queden junto a las otras tantas que he escrito sin poder llevarte, sin que puedan revelarte mis miedos e inseguridades, porque en donde tú estás, las palabras no son importantes. Ya nada es importante.
Sé que nunca leerás esto, así que intentaré recordarlo para cuando te vea de nuevo, en mis sueños, aunque, ambos sabemos que ocuparemos ese tiempo besándonos, hasta que los rayos del sol te arrebaten de mis brazos y me devuelvan a la realidad otra vez, dejándome solo, con la boca llena de palabras, y de besos sin respuesta.
Es más de media noche. Solemos encontrarnos a esta hora. Perdóname por llegar tarde esta vez, pero necesitaba vaciar mi corazón para que duela un poco menos, para que las lágrimas que empapan esta hoja de papel se lleven un poco el dolor que me provoca el no tenerte, y tu silencio ahora eterno. Mis labios susurran un te amo, porque no conocen una palabra más grande que puedan ofrecer a tu corazón.
En mi mesa de noche, está el ramo de rosas rojas que pienso llevarte mañana. Son como las que te regalé en nuestro aniversario, el único que celebramos, sin saber que sería nuestra despedida, sin saber que pronto llegaría aquel día fatal en que tomaste ese maldito autobús que perdió el control en una noche de lluvia, llevándote consigo, arrebatándote de mis brazos, cariño, no sabes cuánto te extraño.
Mañana al atardecer, iré a verte. No sé si me atreveré a llevar esta carta, pero sí te llevaré las rosas. Me sentaré a ver la puesta de sol a tu lado, besaré tu tumba y me marcharé de regreso a casa, a la que fue nuestra y dormiré en la cama que alguna vez compartimos juntos. Luego, me acostaré abrazando tu almohada, cerraré los ojos repitiendo tu nombre, mientras mis lágrimas me entibian el rostro a su paso, y ya vencido por el cansancio, iré a tu encuentro, en mis sueños como, cada noche, mi amor, como cada noche en que tu mundo y el mío se encuentran, sólo por unas horas, sólo por un instante y nos fundiremos en un beso infinito. Entonces, antes de que salga el sol, y te pierda nuevamente, te suplicaré, como cada amanecer, que me dejes permanecer a tu lado, que no quiero regresar sin ti... Pero me callarás con un beso. A diferencia de mí, tu nunca necesitaste las palabras para convencerme, bastaban tus ojos, tus labios, y sé que al despertar, su sabor seguirá conmigo, porque sabes mejor que yo, y mejor que nadie, que aunque te vea en mis sueños y tu alma me visite en ellos haciéndose presente cada noche, no puedo negar, es imposible querer negar...que te extraño.
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Sólo para decir, que te extraño
Romance¿Cómo empezar a escribir, cuando las palabras se sienten tan pequeñas, que los sentimientos no caben en ellas, cuando las letras se vuelven insuficientes a los susurros del alma, que llora y se lamenta silenciosa, al no tenerte a mi lado esta noche...