Tras GOOGLE

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La pantalla iluminaba mi rostro en medio del cuarto;  el sudor que emanaba de mi frente acariciaba mi rostro hasta llegar a mi regazo, el lecho sobre el que descansaría hasta desaparecer.

Dirigía mi atónita mirada hacia el monitor de mi antiguo portátil, haciendo que mi atención se concentrara únicamente en él. Mi respiración descontrolada dejaba en evidencia un hecho irrebatible, estaba realmente excitado.

Permanecía inmóvil observando aquellas imágenes, las cuales meses atrás habrían provocado en mí el más absoluto temor a la crueldad humana.

El altavoz del equipo exhalaba desgarradores gemidos, haciendo que todo mi cuerpo se estremeciera de placer.

No sería capaz de apartar la vista, los únicos estímulos a los que respondía provenían de aquel condenado vídeo.

Considero que aquella persona no era yo, que aquel cruel espectador era un alma sin sentimientos, apoderándose de mi cuerpo.

La comodidad que en aquel momento sentía hace que a día de hoy me pregunte qué tuvo que ocurrir para que desapareciera todo ápice de escrúpulo en mí.

Recuerdo haber reparado en un detalle ajeno a aquel atroz acto que contemplaba en la pantalla; se trataba de un pequeño fragmento de tela, que reposaba sobre el camastro situado a mi derecha. El  tacto de aquel tejido evocaba mis más recónditos recuerdos; su color, la sangre que un día lo tornó rojo.

Seguidamente, decidí dedicarme a algo diferente...dejaría de ser testigo, deseaba convertirme en el ejecutor.

Caminé por el amplio corredor, hasta detenerme en una puerta de madera, corroída por el paso de los años, al igual que la mayoría de los muebles que decoraban la vivienda.

Abrí la puerta, la cual emitió un espantoso ruido, debido a la antigüedad de las bisagras; tras esta, se desplegaban las escaleras que me guiarían a ella.

Ella, mi perdición. Tan hermosa como débil, tan inteligente como desconfiada. La única mujer dueña de unos ojos solo comparables con el resplandor del sol reflejado en el agua cristalina.

Anudé las sogas alrededor de sus menudas muñecas, cortando su circulación; encendí la cámara y me coloqué la máscara, no cometería el error de delatar mi identidad; pronuncié las palabras que daban comienzo al ritual.

Giré el crucifijo, que se encontraba a escasos centímetros de su cabeza; acaricié su piel lentamente, sintiendo cada uno de sus descompasados latidos, sintiendo el terror que desprendía su mirada.

Tracé el anagrama que me identificaba sobre su vientre, como si de un lienzo en blanco se tratase,  mas no tenía pintura. Aquello que yo sostenía en mi mano era una daga.

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⏰ Última actualización: Nov 09, 2016 ⏰

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