LA CASA DONDE MURIERON TRES

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La impresión que Dalila recibió no fue muy buena. La casona no estaba tan bien cuidada como se lo habían dicho. Bajó sus pesadas maletas en el polvoriento suelo y emprendió el recorrido. Todo se encontraba sepultado bajo una gruesa capa de polvo. La casa entera pedía a gritos (¡auxilio!)...limpieza.

Sacó del bolsillo de su ajustado jeans un pañuelo y se limpió el sudor que le cubría la frente. En su país no hacía tanto calor como aquí, ni a esa hora de la tarde.

Miró el techo, majestuosas telarañas colgaban de él como adornos. Meneó la cabeza con desagrado. En el recibidor y en la sala había muebles de aspectos tan rústicos como la casona misma, bastante gastados, pero bien cuidados. Las paredes eran de un tono verde agua y en ellas colgaban cuadros, los mismos estaban llenos de polvo y telaraña y eran de paisajes campestres. En una mesa de pino, al lado de un sofá forrado en cuerina negra, descansaba el teléfono. En un rincón, algo apartado del sofá había un piano que llamó su atención por el brillo que emanaba. Era lo único carente de polvo. Encogió los hombros, de igual manera había mucho que limpiar. Un piano limpio no hacía la diferencia.

Todo el suelo estaba cubierto de alfombras antiquísimas hasta la escalera que conduce al segundo piso. Cargó de nuevo sus maletas y antes de subir, se detuvo al pie de la misma. Ladeó ligeramente la cabeza. Varias huellas dibujadas en los descansillos por sobre el polvo delataba que alguien había estado ahí recientemente. Tal vez el encargado.

Subió lento para no levantar mucho polvo. Dalila odiaba de sobremanera el polvo porque le causaba dos cosas: asco y alergia. Continúo subiendo; la madera crujía bajo sus pies. Ya arriba, se fijó que a su izquierda había dos habitaciones, a su derecha, tres. En las cuatro habitaciones que revisó no había absolutamente nada, excepto claro, polvo. Estornudó. La quinta y última que quedaba, no tenía polvo, estaba completamente amueblada y era bien espaciosa. Era una habitación acogedora y agradable. Debía ser la pieza de la abuela. Bajó sus maletas en el suelo, en un rincón cerca de la puerta. Las cortinas, color salmón, estaban corridas dejando entrar a los rayos del sol. Volvió a estornudar.

¡Maldita alergia! – pensó para sí.

A la derecha, en medio de dos cómodas, una cama de dos plazas ocupaba un gran espacio. Aquello le hizo sonreír. Dormiría muy bien.

La pieza contaba con baño propio, moderno y con casi la mitad del tamaño de la habitación. En la mesita de noche estaba la foto de la abuela, la levantó y se encontró dándole la razón a muchos que decían que era idéntica a ella, pelirroja y pecosa. Aunque en aquella foto, la abuela estaba canosa y no había rastro del color zanahoria de antes. Puso la foto en su lugar, se acercó a la ventana y se quedó mirando el patio. El verde del pasto, los árboles frondosos, el cielo azul sin rastro de nubes y el sol brillante la hicieron sonreír de nuevo. ¡Qué lindo día! Estornudó otra vez y se limpió la nariz con el pañuelo que llevaba en el bolsillo.

Se cambió la ropa por una más cómoda para limpiar. Tendría que empezar de una vez ahora que aún no sentía el cansancio del viaje; estaba bastante animada y con ganas de arreglarlo todo e instalarse en su nueva casa. Se ató la cabeza con una pañoleta y con otra cubrió la boca dejando sus ojos al descubierto.

Bajó a la sala y preparó todos los materiales: escoba (una muy gastada por cierto), repasador, trapos, plumeros, todo lo que el encargado debía de usar "para limpiar" la casona.

Lanzó un suspiro y se puso manos a la obra. Cuando lo hizo cerca del piano, tuvo que hacer un esfuerzo para moverlo y le sorprendió ver una mancha oscura en la pared, como si la hubiesen manchado con torta de chocolate y el olor que percibió a través de la tela que tenía envuelta en la nariz le hizo retroceder. Se notaba una mezcla de fragancias de quitamanchas, y desodorantes de ambiente, los mismos mezclados sin el más mínimo cuidado. Se acercó de nuevo y le derramó abundante agua con jabón para empezar a fregar con la escoba vieja. Fregó y fregó pero la mancha parecía agrandarse. Luego de escurrir el agua, colocó el piano en su lugar, donde cubría perfectamente la horrible mancha.

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