Abismo

1.7K 186 12
                                    


"Quien abrace al diablo, que lo abrace bien"


Se escuchaba el suave susurro del mar golpeando contra las rocas, acercándose con paso veloz para devorarlos completamente y la casa en la cual se encontraban, esperando. Les arrullaba aunque ellos no se entregasen completamente al letargo.

Los pensamientos no le dejaban, el preámbulo a una cacería vigente, a saber que esperaban un depredador formidable.
Uno tras otro llegaban para atormentarlo como fantasmas enfurecidos.
Si él hubiese accedido, si hubiera sido más monstruo y menos humano sus errores se habrían reducido hasta volverse nulos, las víctimas posiblemente se hubiesen evitado. Y él estaría en esa misma casa pero en otro tiempo, con las mismas personas pero otros sentimientos, sin que fuesen fantasmas atormentados, sino criaturas de carne. Si él no hubiera cometido errores, estaría ahí con Abigail y Hannibal, no esperando al Dragón rojo para la batalla final.
—Las pesadillas siempre vuelven cuando menos las necesitamos, incluso los tormentos que usamos usualmente para castigarnos son...innecesarios aquí.
Hannibal estaba a sus espaldas, podía sentir su tibio aliento erizándole la piel de la nuca, aquellas manos elegantes tan diestras en macabras áreas recorriéndole el costado como si supiese de memoria el camino para enloquecerlo. Y Will no podía más que quedarse quieto en completo silencio, contemplando los cielos pálidos sobre ellos, el bosque rodeándolos, esperando sin realmente esperar al Gran Dragón.
Todo culminaba ahí, al borde del abismo, más tarde que temprano, sólo había pospuesto lo inevitable y logrado que en ese trayecto accidentado muchas vidas fuesen heridas de manera irreparable, Alana, Chilton, Jack, Abigail, gente que pudo haber salvado pero no lo hizo. Tenía tanta sangre en las manos como Hannibal. Si hubiera cedido en su momento, si se hubiese entregado a la oscuridad que se encontraba latente entre ellos dos...las cosas habrían sido distintas.
—No hay tiempo de remordimientos Will, no hay necesidad de atormentarse cuando todos los caminos llevan al mismo lugar. Estamos aquí, donde debimos estar siempre. Juntos.
Parecía leerle la mente, parecía conocer todos sus miedos, ambiciones, conocer bien cada pensamiento que le atormentaba continuamente. Claro, Hannibal jamás jugaba sin conocer sus cartas.

Por un momento pensó en las palabras de Bedelia y se le antojó ridículo, absurdo e inquietante que Lecter estuviese enamorado de él.
Will no tenía nada especial, sólo estaba muy roto y guardaba inútiles esperanzas de estar cuerdo.
—No tardará en llegar, deberíamos...
Pero una mano firme cortó el hilo de sus pensamientos. Había pasado el tiempo confinado a una celda sin más compañía que sus libros y Chilton, lo cual no resultaba nada agradable.
Hannibal estaba necesitado de alimento, quería comerlo, Will lo sabía, pero había muchas formas para hacerlo.
-Shh...la luna aún no está en posición, se preparará para su gran noche.
Susurró a su oído y Will apretó los párpados buscando descartar los estremecimientos, pero se dejó envolver despacio por la oscuridad de su amante, dejó que fuese él quien lo guiara a tropezones hasta la enorme cama cuyas blancas sábanas emitieron apenas un quejido breve cuando su cuerpo, pesado y maltrecho, golpeó contra ellas.
Nubes de polvo elevándose como drogas mágicas, brillando con la luz del atardecer. Ahí no se detendría, conocía muy bien al depredador para saber lo que tomaría.
Habían compartido demasiado, meses y años antes, desde el momento en que sus miradas se cruzaron por primera vez, cuando se volvieron cómplices entre mentiras, traiciones y fue su desliz lo que rompió la dulce ilusión de una familia perfecta.
Hannibal no tuvo piedad. Le fue desnudando despacio, palmo a palmo sin apartar sus peligrosos ojos castaños de los suyos entornados y sumisos.
Will siempre era más dócil cuando estaba con él, no había barreras para elevar ni cosas que esconder, se podía mostrar tal cual y ser aceptado, ser realmente amado, en forma retorcida pero ¿No era eso realmente el amor? ¿Un monstruo ambicioso lleno de hambre? Transformaba y obligaba, le hacía sucumbir celoso, poderoso, imponiéndose ante cualquier persona.
Y entonces él le besó, borrando cualquier pensamiento, despertándolo del letargo, volviendo a sus miembros ligeros para envolverse en torno a él como si fuese su todo. Y lo era.
Will continuó, saboreando, mordiendo, besando, entregándole todo lo que le había negado antes y al mismo tiempo absorbiendo cuanto podía en cada roce, caricia o beso. Ningún amante se comparaba a Hannibal porque ninguno había estado tan dispuesto a comprenderlo, a sostenerle.
Pronto la piel ardía tanto como las ropas estorbaban.
Y ellos se encontraron desnudos rodando entre polvorientas sábanas, fingiendo que el tiempo no había transcurrido entre ambos.
Todo continuaba igual. Los elegantes dedos ajenos tiraban suavemente de su rizado cabello castaño hasta volver la acción dolorosa, le echaban la cabeza hacía atrás para exponer su yugular. Y Will, tan excitado, tan abandonado, dejaba que siguiera y siguiera, porque lo tenía envuelto entre los muslos desnudos, evitándole cualquier escape, moviéndose en busca de algo más que un roce.
Hannibal lo sabía, él siempre lo había sabido, y se deslizaba más abajo, relamiendo despacio el pecho desnudo, los botoncitos rosas expuestos ante él como un menú delicioso de cerezas maduras, no dudó en probarlos, mordiendo, succionando hasta dejarlos enrojecidos y erectos.
Tomando camino por el vientre de su adorado paciente, que subía y bajaba cada vez más agitado por la espera, sabiendo que ese rodeo, caricias insinuantes en un plano vientre, eran sólo el preámbulo para el éxtasis total, la liberación suprema.
Y cuando Hannibal le tomó en su boca supo que ese era su lugar, desde siempre, sumido entre caricias, viajando entre consciencia e inconsciencia sin preocupación alguna salvo complacerlo a él y saciarse por el camino.
Presa o cazador, ¿importaba realmente?
Will se retorcía, gemía y lloraba a intervalos irregulares porque sabía cuál sería su castigo.
Oh, sí, había hecho enojar a Hannibal con su desobediencia y no perdonaba tan sencillamente.
—No...
Reprochó débilmente cuando su cuerpo fue girado en la cama con cierta brusquedad, los labios sedosos aferrándose a una almohada para ahogar los gritos, ambas manos crispadas intentando no girarse y observarlo o escapar a lo inevitable.
Una lengua ajena jugando por un delicado camino que pronto abriría para su placer.
—Me complace saber que no has dejado a nadie tomar lo que es mío, Will, puede que sea más benévolo en tu disciplina.
Casi había sonreído sin querer, lo sabía, Hannibal quería castigarlo con placer tortuoso, abrumador, porque le gustaba cuando pedía, cuando decía repetidamente su nombre entre "por favor" o sollozaba perdido entre gemidos, estremecimientos de placer y dolor a partes iguales.
Si Alana supiera cuantas veces se habían entregado al otro seguramente le odiaría, pero no la culpaba. A veces también creía odiarlo a él, cuando lo usaba tan cínicamente, cuando le rompía y rehacía a su gusto como un modelo de arcilla.
Hannibal no lo preparó, no dilato las paredes tibias que iban a recibirle ni tampoco fue amable cuando le empujó con su propio peso contra la cama, apresándole ahí, elevándole las caderas y presionando su pecho desnudo que se movía agitado.
Estaba siendo castigado, no tendría consideración.
Procuró no llorar cuando el dolor lacerante invadió su esfínter, centímetro a centímetro, se sentía en llamas, demasiado entumecido para gritar, demasiado necesitado para huir. Se removía suplicante, buscando alivio al sufrimiento mientras esperaba a que Hannibal tuviese piedad o fuese más lento, podía sentir cada palmo de su gruesa erección desgarrándolo.
Había pasado demasiado tiempo desde la última vez.
—Por...favor...
Sollozó cuando empujó toda su longitud dentro de una certera y simple embestida. Estaba en él, llenándolo, marcándole, envolviéndole con los brazos como su carne adolorida envolvía aquel miembro palpitante y duro que le causaba tanto martirio y placer.
Dolía, dolía mucho, aun así no se atrevía a pedirle que saliese.
—Vamos Will, en tu primera vez no lloraste.
No, Hannibal le había preparado despacio, tomando todo el tiempo del mundo, masajeando la zona con sus dedos juguetones, entre curiosos lametones y besos dulces con palabras afectuosas.
Will intentó pensar en esa noche, en cómo las pesadillas le habían llevado hasta Hannibal, quien no lo echó, le brindó una cama, la suya, y consuelo acompañado con sexo.
—Entonces no estabas enfadado.
Logró articular apenas sentir la lengua tibia limpiándole el rostro, barriendo cualquier rastro de lágrimas mientras se acostumbraba. No lo hacía sencillo y su propia erección pagaba las consecuencias desinflándose poco a poco con dolorosas punzadas.
—No estoy enfadado, Will, creí que comprendías. No puedo enfadarme contigo ni negarte nada, precisamente por ello he decidido esto, quiero marcarte, hacerte recordar de quien eres.
Will sonrió con desgano y se aferró a todo lo que tenía cerca cuando iniciaron los embates, al principio lentos, con calma para disfrutarlo, luego un poco más urgentes, necesitados. Buscaba algo en él. Una respuesta, gemidos, palabras, no sabía y no quería averiguarlo, porque el dolor se estaba volviendo placer tortuoso, los grititos ahogados gemidos que se perdían entre las almohadas mientras él se removió y arqueaba un poco más su espalda.
Siempre sabía dónde tocar, Hannibal le conocía incluso en los aspectos más primarios, más básicos. Sabía bien donde golpear para tenerlo suplicando por más.


Bailando con el diablo - HannigramDonde viven las historias. Descúbrelo ahora