Les retrouvailles

41 6 3
                                    


Sí, se sentía en un juego, en un juego de niños... Aquel del gato y el ratón, donde parecía ser que él protagonizaba el rol del felino.

Volvió a notar la parda cabellera, sobresaliente de las demás debido a la altura de aquella persona que comenzaba a volverle loco. Más frustrado que en otras ocasiones, reanudó su transitar con fuertes y decisivos pasos, para conducirse fuera del camino de las ocupadas personas; no deseaba chocar más con ellas, tener más contacto físico. Había llegado al límite en el que su espacio personal le pedía algo más que simples centímetros de distancia entre cada uno de los entes. Se apresuró para poder alcanzarle, no importándole ya nada y exigiéndose más a sí mismo, a sus pies y a su resistencia física; por Dios, él había jugado fútbol por bastantes años y sabía que podía resistir algunos metros más. Lo sabía.

—Espera, olvidé alg--... —se vio interrumpido uno de los transeúntes, cuando el azabache casi cae sobre él, haciendo que sus napias rozaran. TaekWoon sólo atinó, como reflejo, a aferrarse de la gran playera que llevaba el ajeno en esos momentos.

—Perdóname —fue el único susurro que salió de sus labios, antes de separarse por completo y continuar su rápido andar hacia el portador del libro.

No lo había notado ni siquiera le había importado tanto como para detenerse ahí a pedir correctamente las disculpas que el muchacho se merecía.

—¿Estás bien? —preguntó el amigo del anonadado chico. Este simplemente se dedicó a asentir, haciendo que sus azulados cabellos se movieran a la par, y viendo cómo la figura del pelinegro se perdía entre la multitud—. No tenía idea de que los humanos fuesen tan groseros... —una clara mueca se mostró en su casi perfecto rostro—, entonces, vamos. ¿O te quedarás ahí viendo a la nada como todo un idiota?

—Yah —esa fue la única manera en la que el peliazul pudo reaccionar—, déjame en paz.

—¿Sabes?... Me recordó a alguien —observó cómo el contrario tan sólo se dedicaba a asentir, con la mirada perdida entre las masas—. Aunque no puede ser esa persona.

Otro asentimiento se produjo.

—Primero vayamos a disfrutar la ciudad, más tarde podemos continuar con el trabajo —sugirió, mientras sonreía ligeramente.

—De acuerdo —mordió su labio, dando media vuelta para continuar con su vida. Necesitaban despejarse—. Camina. Aún tenemos cosas qué hacer, chico enamorado.

—Lo sé... —dio un último vistazo al lugar donde su vista había perdido a su «atacante». Y marchó tras su amigo, con la esperanza de encontrarse luego con aquel extraño—. Eish, cállate.

Posteriormente, el chico con el apellido Jung ya se encontraba completamente derrotado en una de las esquinas de la extensa Seúl. Era claro que jamás alcanzaría a ese escurridizo muchacho y por más que le doliera aceptarlo, ya se había rendido. Jamás poseería entre sus manos a ese libro; tendría que buscar la posibilidad de conseguirle en otra librería, quizás hasta más barato se lo darían. Pero, aunque se animara con esos comentarios, él sabía que no era el libro en sí lo que deseaba. Bien podría decirse que el narizón muchacho había dado en su gran ego, debido al desafío de perseguirle por entre el mar de personas.

Notando que su turno había terminado hacía un par de minutos, decidió volver con las manos vacías y con un enorme apetito, del cual no sabía de donde rayos había salido. Al parecer, se encontraba bastante cerca del café, por lo que no tardó en regresar; quizá comería uno de los pequeños pastelitos que vendían en la tienda. Se movía perezoso, colocando lentamente un pie frente a otro, como si sintiera deprimido por su fallo.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Apr 26, 2016 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

El secreto del ángel IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora