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Los rayos de luz que atravesaban la gruesa puerta de metal por el insignificante espacio entre el marco y ésta, junto con el agresivo y exigente sonido de la alarma matutina, hicieron levantar la cabeza al joven, para mirarse nuevamente en el espejo de su pequeño cubículo. Ya estaba demasiado acostumbrado al insistente ruido de por las mañanas, todo el mundo salía de su cuadrada y grisácea habitación para realizar su entrenamiento. Algunos realizaban artes marciales; otros, practicaban su puntería con diferentes armas de fuego y armas blancas; e incluso algunos sujetos intentaban dominar los vehículos de prueba de Argent.

El delgado joven se dirigía a la sala de aikido, donde tatamis suplantaban al suelo original del edificio. La sala consistía en diez tatamis individuales y en el centro una plataforma de combate para los combates que se realizaban en los fines de semana, donde los examinadores determinaba si tu entrenamiento surgía efecto. Durante un par de horas estuvo golpeando aquella masa suave en forma de torso humano sujetada al tatami con un muelle bastante estático sujetado a éste. Sus días en aquel sitio siempre eran iguales, su expresión nunca cambiaba, una expresión fría y vacía, la mayor parte del tiempo con el ceño fruncido y una mueca distante en sus labios. Se dirigió a las duchas en aquel momento, una habitación de duchas mixtas, donde todo el mundo puede ver a todo el mundo, en este trabajo no ha de darte vergüenza nada.

Abrió el paso del agua para que dejara caer esta por su cuerpo desnudo, un delgado y escuálido cuerpo, era bastante joven. Sin embargo, gracias a los entrenamientos diarios, su cuerpo comenzó a tomar bastante masa muscular, como se puede señalar en los brazos, piernas y poco visibles abdominales. Mientras el agua caía colocó una mano en la pared de losas blancas, agachando la cabeza y dejando que la cálida agua cayese por su castaño cabello.

Estaba todo tranquilo hasta que ellos aparecieron. Matt, el típico malo de clases que siempre busca una víctima a la cuál molestar, molestando la mayor parte del tiempo al joven castaño. Matt era un chico de fuerte y ancho cuerpo, era un Adonis de la época moderna. De cabellos de un color castaño oscuro, junto con sus ojos de color azul cielo. Muchas chicas ya han tenido relaciones sexuales con él, aun sabiendo la prohibición de ese tipo de actos.

- Hola, ¿Cómo está la pequeña 75 hoy?- Dijo con un tono de voz burlón, poniendo falsete con las cuerdas vocales de su garganta para darle un toque más dramático a la situación, a lo que sus dos esbirros sin cerebro respondieron con una carcajada de loco cada uno.

Un gran silencio por parte del joven acosado recorrió la estancia, mientras se giraba para mirar fijamente a los ojos del abusador. Su mirada vacía y sin vida hizo que Matt se asustase un poco del chico.

No respondió de otra forma, Matt comenzó a golpear con sus puños desnudos y sus piernas al contrario, acompañado de sus lacayos, durando unos segundos los dolorosos y asfixiantes golpes del abusador. El delgado joven se tiró al suelo mientras intentaba detener los golpes, pero por un lado, éste se dejaba golpear, se sentía vivo al sentir dolor.

Cuando acabaron de golpearlo, se marcharon corriendo de allí. Un asustado Matt salió por la puerta al recordar la mirada sin alma de "75". Con el cuerpo magullado y dolorido, se colocó la vestimenta grisácea y suave que siempre se lleva en el edificio y salió disparado al segundo piso, siendo éste la zona de las habitaciones, donde al llegar a la suya, entró y cerró la puerta fuertemente, para luego tirarse a la cama y quedarse dormido, exhausto por el día sin emoción que había tenido.

Como todos los días, el alarmante sonido de la mañana invadió los pasillos y habitaciones de Argent, pero al igual que todos los días, el chico de delgado cuerpo y castaño cabello se mantenía observándose en el espejo, sin camiseta, acariciando y mirando los golpes sufridos el día anterior en el cuerpo y cara. Su mejilla y labios estaban destrozados y tenía moratones y cortes por todo el cuerpo. Ya era suficiente, debía ponerse la camiseta para irse a entrenar, cuando por el altavoz colocado en la pared, sobre la puerta comenzó a sonar.

- 2075, por favor, asista a la sala del director Argent, gracias.- Comunicó la voz de, a la primera impresión, una chica bastante dulce.

El joven hizo una mueca de sensación de asco, seguido de un giro de ojos desde el altavoz hasta su camiseta, la cual agarró y antes de ajustársela al cuerpo, se pudo observar en su nuca la cifra 2075.

Luna de plataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora