Miércoles, el último del mes de julio. El mes no me había tratado nada mal, y por eso no quería que terminase. Mi despertador sonó a las diez en punto, como todos los días. Debía prepararme para ir a la playa con mis amigos, tal y como habíamos acordado el día anterior. Me dolía pensar que no les vería hasta septiembre gracias a unas maravillosas vacaciones que ni siquiera eran familiares. Porque, me gustase o no, no podía llamar familiar a alguien que llevaba más de cinco años ignorando mi existencia, que ni siquiera se había molestado en llamarme ni una sola vez. Ni en navidades, ni en mi cumpleaños, ni en mi santo, ni para preocuparse por mi estado de salud cuando este había empeorado. No, aquella mujer no era de mi familia. Pero mis padres habían llegado a una conclusión. Me había acostumbrado a la ciudad. No sabía vivir sin ir de compras, sin pisar la playa, sin consumir los productos más caros de nuestra pequeña aunque moderna ciudad. Y por esa razón iban a mandarme con esa desconocida, al pueblo al que se había mudado siete años atrás, cuando yo aún tenía once. No la veía desde entonces, pero su hermano, es decir, mi padre, se había encargado de mover cielo, mar y tierra para encontrarla y pedirle que me pasase el mes de agosto con ella, para que viviese una "experiencia" que, según ellos, cambiarían mi vida. Lo decían con estas palabras porque no les gustaba decir que iban a estropear mi verano en voz alta. Y, por si fuese poco, iba a pasar mi decimooctavo cumpleaños allí. Contra más lo pensaba menos ganas tenía de marcharme.
Por otro lado no llegaba a comprender al cien por cien el porqué de aquella especie de castigo. Si realmente hubiese querido alejarme de la ciudad y mostrarme el lado bonito de una vida rural podrían haberme mandado a uno de los muchos pueblos de mi provincia o de mi comunidad autónoma, pero, lejos de conformarse con eso, decidieron mandarme a la otra punta de mi país, a un puelo que quedaba a más de ocho horas en autobús de mi ciudad. No era una chica reblede para merecerme esa condena de muerte. Mis notas no habían sido las mejores, en ellas figuraban algún que otro suficiente, pero al menos las había aprobado todas y me había centrado en la selectividad. Mi nota tampoco fue la mejor de la promoción, pero me llegaba para entrar a magisterio infantil, mi sueño de toda la vida. ¿Qué más querían? Tenían una hija bastante ejemplar para todo lo que se veía por ahí. Era hija única, y por tanto tenía que aceptar que todas las normas y todos los castigos fuesen solo para mí. Tenía una hora de llegar, unas obligaciones que solo desaparecían en verano y muchas normas que tenía que acatar, hacía y cumplía todo esto sin rechistar y, ¿qué me daban ellos a cambio? Un billete de autobús para ir a un sitio al que no quería ir.
Cuando se lo conté a mis amigos pensaron que estaba bromeando, como de costumbe. Pero lamentablemente no podía hablar más en serio. Mis padres tuvieron la amabilidad de avisarme dos semanas antes, cuando el billete ya estaba comprado, y desde ese momento mi pandilla se unió más que nunca, ya que decidimos pasar el mayor tiempo posible. Siempre habíamos estado divididos en pequeños grupos, ya que éramos bastantes y teníamos nuestras diferencias, pero en esos días me demostraron cuánto les importaba, y también me di cuenta de lo importantes que eran ellos para mí.
Aquel día sería el último. Bromeamos, reímos, hablamos, jugamos los unos con los otros... En fin, que intentamos hacer de aquel día uno más, aunque todos sabíamos que en aquel mes podían pasar muchísimas cosas, y que, probablemente, no volveríamos a ser los mismos con la llegada de septiembre.
ESTÁS LEYENDO
Summer love | Luke Hemmings. |
Fanfiction_ es una adolescente que ha disfrutado del verano perfecto para cualquier chica de diecisiete años. Pero sus padres, que han visto como su hija se dejaba llevar por malas influencias, deciden mandarla a un pueblo bastante alejado de su casa y, por l...