No fui digna de su amor, ni de su corazón y mucho menos merecedora de su mirada.
Me fuí, con mis ilusiones clavadas en su piel.
Con mi muerte, y sus ojos tristes, mi alma quedó sola.
✨Satannie 2020
Amanda es mi nombre. Creado especialmente para mi.
Fui acunada por los brazos más delicados cuando nací. Mi madre tenia 17 años en ese entonces. Quizá yo fuí un accidente, Pero para ella no fue así. Ella me hizo creer una historia fuera de su realidad.
Fue una mentirosa.
Me dijo que mi padre había muerto valientemente para salvar nuestras vidas, hablaba de el como si se tratara de un héroe.
Me dolía el hecho de no tener una figura masculina a mi lado. No
Si, mi madre fue una mentirosa.
Y no la odio por eso, jamás lo haría.
Gracias a aquella mentira no fui molestada por los niños de mi edad.
Debo reconocer que la mentira más noble que me dijo, es que estaría conmigo toda la vida.
Fue una mentirosa hasta el último momento. Cuando dijo que sus heridas no dolían y que nunca se iría.
Dos dias después, a mis 15 años, la perdí. Me dejo sola en este mundo insactisfactorio, probando todos los sabores del dolor, sin una gota de miel y esperanza de ser alguien en la vida. Sola, como una mariposa en el desierto. Vagando y siendo nada. Siempre pensé que este mundo no era para mi, que debí ser un árbol o una hormiga, algo que nadie notase.
Y si, lo soy, soy la nada misma por que no cumplí el sueño de mi madre de verme como una profesional vestida de largas telas. Soy insignificante.
Los años en su ausencia fueron un asco. No tenía ni una moneda partida a la mitad y la necesidad ya era demasiada.
Decidí entonces, con todo el dolor de mi alma, vender mi cuerpo al mejor postor.
Las noches siendo compañera de aquellos hombres era como el maldito infierno. Sufría con cada roce, no deseaba que esto le ocurriera a otras chicas vulnerables como yo.
Vivir asi no es vida, estos años han sido los peores de mi adolescencia.
Hasta que unos ojos rasgados entraron por mi puerta, algo borracho y un poco inconciente, entro como una bala en mi.
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Saco de su bolsillo una cartera y pronunció con una voz ronca las siguientes palabras:
–Te dare esto si haces lo que quiero.
Asenti dejando en evidencia mi asombro por ver tantos billetes en aquella cartera. O solo exageraba por que jamás había tocado esa cantidad.
Me hizo el amor como un salvaje y pronunciaba el nombre de otra chica al fundirse en mi. Confieso que me sentí celosa en primer lugar pero me deje llevar por el vaivén de sus caderas y las gotas de sudor de su rostro caer sobre mis senos.
Habia experimentado el placer por primera vez. Me encanto la manera en que lo hacia. Era un suave salvaje. Un amante de una noche que nunca olvidaría. Un muchacho de ojos tristes.
†
Aún era de madrugada y mis ojos no querían cerrarse.
Sus músculos y rasgos eran perfectos, como si un escultor se hubiera encargado de hacerlo, me encantaba la manera en la que sonreía entre sueños.
Cambio por milésima vez su posición y quito la mano que tenia en mi trasero, posandola debajo de su cabeza la mitad de sus dedos.
Un brillo provino de estos, mire detenidamente y en su dedo anular tenía un anillo.
Un anillo de compromiso.
Me preguntaba cuál era el motivo de su visita, ¿Será está una especie de despedida de soltero? ¿Infidelidad? No lo sabía y no podría hacerlo con exactitud.
No lo sabía pero por primera vez experimente algo que jamás me había pasado. Placer, emoción, calor.
Gracias a su cuerpo, a su manera de hacerlo y a aquella mirada que al contemplarla me quedaba perpleja, y no me quedaban ganas de estar en otro lugar si no es en el.
No lo conozco pero quisiera hacerlo, salir por un café, contemplar la luna juntos y que me cuente su historia.
Me alegraba pensar que eso podía pasar.
Alto. No puedo hacerme ilusiones. Este es mi trabajo y no debo salir de mi lugar. No debo emocionarme ni sentir este tipo de sentimientos.
Tomé una gran cantidad de aire y exhale lentamente para no interrumpir su sueño.
Las ganas de besarlo y nuevamente fundirme en el me consumían. No paraba de pensar en aquello, aunque debería parar.
Me coloque en su misma posición, lo contemple por un largo instante y adormecida cerré los ojos.
†
Una cosa de las que aprendí de mi madre fue no hablarle a los desconocidos.
No ser tan confiada, ser valiente y capaz de enfrentar las situaciones.
¿Como deberia llamarlo? ¿El muchacho de los ojos tristes? Asi me gusta más.
A la mañana siguiente después de nuestro primer encuentro, por más que mis ojos lo buscaban, no lo encontraban. Se había ido.
Se fue sin decir adiós, sin un rastro de su presencia. Me fue imposible no sentirme atosigada por la tristeza y de pensar que tal vez jamás llegué a verlo de nuevo.
Pero lo vi en la estación del tren después de unos meses. Me llamaba más la atención sus profundos ojos, con los que me miró e hizo sentir mil laberintos dentro de mi.
Vestido de negro, con una gran gabardina y con un ramo de flores en las manos se sento frente a mi.
Todo el camino se la paso absorto en sus pensamientos y con la mirada perdida mientras dejábamos nuestro punto de reunión atrás.
Mire la ventana y como el exterior pasaba frente a mis ojos en camara rápida. Los pocos árboles de New York eran extraordinarios.
No entendía cual era el propósito de arrancarlos del suelo. Siendo nuestra fuente de vida.
Pasamos por toda la ciudad hasta llegar a la ultima parada del tren, lugar en donde parecía que el iba a bajarse, lo seguí. El chico de ojos tristes me miro y con una voz profunda me dijo: