Destinado A Perdurar

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- Mira Kuroo. Él es Kei, mi nuevo hermanito - Habló Akiteru mientras lo dejaba en la cuna - ¿Verdad que es lindo?

El felino se acercó con precaución al bebé. Olfateó su cabello y examinó su rostro. Tan pequeño y frágil dormía plácidamente. Kei soltó un pequeño estornudo que lo asustó y Akiteru rio por el cómico salto que había dado. Kuroo volvió a acercársele, con cuidado lamió una de sus mejillas. Kei se movió y sonrió al sentir la lengua rasposa del felino. Kuroo ronroneó y se acurrucó al lado de su nuevo dueño.

- A partir de ahora debes cuidarlo ¿De acuerdo?

Mucha gente llegaba a la casa para saludar a su nuevo dueño y él se ponía nervioso cuando alguien que no conocía se le acercaba demasiado o lo levantaba de su cuna. Con discreción sacaba sus afiladas garrar y se preparaba ante cualquier movimiento mal intencionado por parte del extraño. Esos primeros días resultaron muy estresantes.

Poco a poco la tranquilidad regresó a la casa. Desde entonces permanecía cerca de su nuevo dueño. Sabía que era su deber protegerlo y tomaba su papel muy enserio. Se paseaba alrededor de su cuna cada hora para revisar que estuviera bien. Cuando Kei comenzaba a llorar era el primero en aparecerse en la habitación. Lo examinaba y se aseguraba que no tuviera alguna herida. Desde el primer momento le había tomado cariño y aunque no podía darle regalos típicos de él (mamá y papá se habían enojado por darle un ratón a modo de bienvenida a la familia) hacía todo para demostrarle cuanto lo quería con ronroneos y caricias.

A los pocos meses, después de que aprendiera a gatear, Kei empezó a odiar lo que cargaran en todo momento. Prefería la libertad del piso. Cuando lo dejaban en el suelo comenzaba a gatear a cualquier dirección. Kuroo siempre lo seguía y evitaba que llegara muy lejos de donde lo habían dejado. Cuando le impedía el paso, Kei comenzaba a llorar pero se tranquilizaba al ver la esponjosa cola que se balanceaba frente a él. Intentaba tomarla y Kuroo lo llevaba de regreso. La familia lo alagaba por lo buen cuidador que era y él se sentía orgulloso de eso.

Con el paso del tiempo su dueño crecía y su amistad también. Cuidaba que no se lastimara y amaba jugar con él aun cuando Kei lo abrazaba demasiado. Le gustaba verlo tomar su siesta y lo tapaba cada vez que él se quitaba la manta en medio del sueño.

El primer día de preescolar se asustó al no verlo en casa. Lo buscó con desesperación y no se separó de él ni un segundo cuando regresó a casa. Poco a poco fue comprendiendo que debía asistir como parte de su educación. Acepto no muy convencido. Lo despedía en la puerta y Kei lo abrazaba antes de irse. Mientras las horas de la escuela pasaban él hacía lo de un gato normal: Descansar, jugar, dormir, explorar. Cuando observaba el sol en cierto punto, se posaba en la ventada de la habitación de su dueño a esperar. Al distinguirlo en la calle, bajaba a toda prisa, se ponía frente a la puerta y movía su cola con alegría. Kei lo saludaba con una sonrisa en el rostro y el ronroneaba a modo de bienvenida. Su pequeño Tsukishima se pasaba gran parte de la tarde explicándole todo lo que había hecho.

Kei amaba los pasteles y odiaba que su hermano le robara alguna fresa, pero siempre le compartía un poco a él. Le gustaban los dinosaurios y sus ojos se iluminaban cada vez que su padre le regalaba un libro sobre ellos. Se dirigía a su habitación y comenzaba a leer el libro en voz alta para que lo escuchara. Para ser sincero no le interesaba la vida de seres ya muertos y que no podía comer pero disfrutaba escuchar a su dueño cuando le explicaba cada dibujo. Le gustaba escuchar su voz.

Ambos se habían vuelto mejores amigos. Lo vio crecer desde que nació. Estuvo con él cuando gateó, cuando dio sus primeros pasos, cuando dijo su primera palabra. Incluso él había descubierto su mala vista y le avisó a papá y mamá (aunque tardaron días en entender lo que trataba de decir). Dormía a su lado, lo esperaba con emoción cada que llegaba de la escuela, no se separaba cada vez que se enfermaba, lo escuchaba cuando leía en voz alta y seguía tapándolo cada vez que se quitaba las cobijas.

Destinado A PerdurarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora