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My heart

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My heart... It feels like my chest can barely contain it. Like it's trying to escape because it doesn't belong to me any more. It belongs to you. And if you wanted it, I'd wish for nothing in exchange - no gifts. No goods. No demonstrations of devotion. Nothing but knowing you loved me too. Just your heart, in exchange for mine. (Neil GaimanStardust).

 (Neil Gaiman – Stardust)

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Albert se despertó esa mañana con esa sensación de intranquilidad que últimamente le llevaba levantando antes de la cuenta. El reloj de la mesilla marcaba las 8:30 y por la ausencia de calor entre las sábanas dedujo que Pablo había vuelto a marcharse más temprano de lo habitual. Aunque en realidad ese era un patrón que llevaba repitiéndose ya desde hacía varios días. No habían hablado del tema y se notaba que su novio intentaba aparentar normalidad, pero el tiempo de una relación que iba camino de cumplir ocho años, cuatro viviendo juntos, les había permitido de sobra conocer los pormenores del otro, cada uno de los pequeños gestos y detalles que les conformaban como personas, y saber cuándo algo no iba bien.

Y estaba claro que algo NO iba bien.

Albert se desperezó en la cama, ocupando todo el espacio disponible que, con la ausencia de Pablo se hacía incluso el doble de grande, y miró el calendario del despertador. El hecho de que fuese su cumpleaños tampoco mejoró su ánimo en lo más mínimo porque no sintió que tuviese nada que festejar. De buen grado habría cambiado todo lo que tenía por remontarse a esa misma fecha del año anterior, un domingo en el que Pablo le había despertado con un beso, como hacía siempre, el desayuno listo en la cama y una mente burbujeante de ideas y planes para celebrarlo. Al final había conseguido convencerle, usando esos métodos persuasivos suyos a los que Albert se sentía incapaz de resistirse, para hacer una excursión a la sierra de Madrid. Un tranquilo y romántico picnic dominical en una mañana fresca tras una noche de lluvia en un rincón apartado del Puerto de Canencia que había terminado con Albert a medio vestir en el asiento trasero del coche y Pablo entre sus piernas, celebrando su cumpleaños "de esa otra manera", como le gustaba llamarlo. Había sido un día típicamente suyo, un día perfecto en esa burbuja de complicidad y entendimiento en la que vivían y que, esos últimos días, parecía haberse pinchado.

Con un sentimiento de nostalgia se levantó y mientras desayunaba encendió el móvil. Nada más terminar de activarse el aparato empezó a vibrar y sonar con múltiples mensajes de familiares deseándole un feliz día, una llamada perdida de sus padres que devolvió inmediatamente dónde le mandaron todos sus buenos deseos, y un montón de emoticonos de sus amigos con felicitaciones de todo tipo, desde las más tradicionales a las más obscenas, con vídeos incluidos, que hicieron que sonriera durante un buen rato. Leyó todos los mensajes atentamente y los respondió uno a uno mientras se terminaba el zumo de naranja y comenzaba a vestirse para ir al despacho de abogados, pero la sensación de inquietud de la base de su estómago no hizo sino acrecentarse cuando confirmó que, efectivamente, no había ni un solo mensaje de Pablo. Nada.

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