PRÓLOGO

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Era una tarde tan ... Como ella, como su historia.
Las estrellas salieron temprano esperando ver el inicio de esta vida, como si supieran lo manchada que estará lo trágica, triste, dulce y armoniosa que será la vida de aquella criatura dormida y cobijada en tan pequeña canasta.
La joven que la llevaba vestía un vestido sencillo con el cabello recogido en una trenza desalineada.
Se le había dado la tarea de esconder a aquel bebé lejos muy lejos, y aque publecito le pareció ideal. Sin embargo y como todos quedó prendada de la bebé tan sólo verla, y decidió brindarle un buen hogar.
Espio a la familia Rose dos semanas. Era una familia influyente y la señora ansiaba ser madre.
Se acercó al jardín donde la señora Edith descansaba en una silla, aunque no descansaba sólo lloraba la muerte de su último embarazo perdido, era una señora guapa de cabello chocolate y ojos como la miel con una piel blanca pero un poco bronceada.
Se le veía mirando su celular como si este tuviera la respuesta a su mal, sin disfrutar el hermoso jardín de aquella casa tan hermosa y grande.
La chica que llevaba al bebé se armó de valor y coraje para entregarle tan preciado regalo a ese matrimonio, sin embargo sus órdenes fueron claras. no dejarse ver por nadie.
Se acercó al zaguán con un hechizo de glamour puso la cesta en el suelo y le dio un beso en la frente a la bebé, la cual despertó pero no lloro sólo tomo el dedo de la chica con su pequeña manita y fue la chica la que silenciosamente lloro.
Tomo una piedra y la lanzó contra un vidrio de la casa que se hizo añicos en seguida.
Al instante ella se alejó y vio como la señora Edith seguía quieta y se pensó si de verdad fue una buena idea dársela a ella, el ama de llaves de la casa salió y por tanto ruido la pequeña bebé lloro.
Fue un sonido dolorosamente dulce que haría a cualquiera caer, caer a sus pies y consolarla, darle todo.
Y eso pasó, al instante la señora Edith y el ama de llaves corrieron en su ayuda y encontraron una pequeña niña de meses, con los ojos mas Dulces y negros que jamás se hayan visto en la tierra, enmarcados por unas gruesas, largas y rizadas pestañas, por una piel tersa y blanca como una rosa y los labios tan rojos como si estuvieran manchados de sangre.
La señora tomo a la niña en brazos y la acunó diciendo.
-Mi dulce Anna por fin eres mia- y segia llorando mientras la niña la veía atenta y ella repetía la frase una y otra vez.
El señor John salió al escuchar el alboroto y al ver a su esposa y a la niña cayó de rodillas asegurándose que era un sueño, pero no lo era.
Buscaron a sus padres en el pueblo pero al no dar con ellos y gracias a la ayuda de sus contactos del gran abogado John Rose lograron conserva a Anna.
Y así la familia Rose por fin completa, gracias a la pequeña Anna Rose, regresaron a la ciudad.

Sin Tus AlasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora