Una casual mirada a lo alto bastó para dejar su cuerpo ingrávido, sumergido en lo fascinante de aquella luminosidad etérea.
Humo mezclado con vaho exhalaba, manos entumecidas, músculos crispados; pero él seguía aferrado a... La sensación.
La cuenta comenzaba como cada noche, los segundos que, suponía demoraría en llegar por fin a su anhelado y furtivo encuentro con ella tras cumplir su objetivo.
Sus pupilas se dilataban después de un tiempo que realmente no transcurría, independiente de que el reloj estuviera ahí, marcando cada segundo contado por él.
Desinhibido se mantenía alerta en la luz plateada y cegadora de aquella sublime belleza que lograba aturdirle desde lo alto, ávido por mejores resultados que la noche anterior, y la anterior, y la anterior a todas esas desde que ella se fue.
Humo como el que se escurría por la comisura de sus labios se paseaba por sobre el resplandor de la luna queriendo opacarlo, queriendo hacer de la luz menos perceptible, queriendo ser deleitado también, tomado en cuenta; sin embrago, en el trasfondo de su mente, donde aún habitaba cordura, él sabía que no era humo malicioso lo que vislumbraban sus ojos carentes de sosiego y lucidez... Lo que veía no eran más que nubes con una densidad translúcida, dándole a la luna un aspecto más enigmático, más seductor.
Él seguía atónito observando el firmamento, tratando de concentrarse sólo y únicamente en el resplandor tras misteriosas y traviesas nubes queriendo cubrirlo. Sus ojos quemaban, y él seguía sin perderse un valioso segundo de su cuenta... "Treinta"... "Treinta y uno"... "Treinta y dos"... Y cada vez más cerca de la quimera.
La sensación se hacía más fuerte, más intensa, y ese órgano que a veces olvidaba como latir, hacía acto de presencia con bombeos vigorosos... Y él lo sentía, y dolía como cada noche desde que ella se marchó sin aviso, sin un adiós, sin un te quiero... Sin él.
La cortina de oscuras y tupidas pestañas temblaron, y sus labios también, y su iris se vio cubierto por un manto negro y de formas ilegibles con estrambóticos colores fosforescentes.
Aquel extraño manto que cubrió su visión se disipó de repente. Sus ojos al contacto con el aire gélido de la madrugada encandecieron, ardieron más que antes.
La distancia con el resplandor se hizo lejana; como al comienzo, como cada noche, como había sido desde que intentó alcanzarla por primera vez, haciéndose a sí mismo la ilusa y loca promesa de que si lograba alcanzar la luz de la luna la volvería a ver, mas sólo la desolación llegó y no la emoción de verla.
Los segundos volvían a cero, su cigarrillo se desprendía de las últimas cenizas perdiéndose en un suelo que de un momento a otro, volvió a existir para él. La sensación cesó, y en su cuerpo predominó la calma, esa calma aburrida y carente de satisfacción.
Una vez más fracasaba, una vez más se hallaba en la realidad, donde no hay sensación, donde no hay compañía, donde no hay hermosura que apreciar, donde todo es gris y nada además de la inenarrable sensación de ver la luna adornando el cielo nocturno le da verdadera emoción y un objetivo que alcanzar cada noche después de cada dosis de aquella destructiva droga la cual había sido su refugio desde que el amor de su vida le había abandonado a la locura que trajo el dolor y la soledad.

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Añoranza De Un Demente
Conto"A veces el dolor de perder a quien se ama es tal, que ante la desesperación por encontrar consuelo nos dejamos llevar por soluciones que muchas veces sólo nos hunden aun más en la miseria y la locura, hasta que llega un punto de no retorno".