1: tragedia

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Alice POV

El día aun no había comenzado y ya deseaba ver el ocaso. Otro idéntico a los tantos que vi en los últimos casi 70 años. Siempre era lo mismo, por muchas veces que lo mirase, el sol no iba a dejar de caer por el horizonte; el crepúsculo era inevitable.

Terminaba otro día más de mi inacabable existencia; ya no era vida, puesto que emplear esa palabra en mí era algo vago. No vivía. No era como el resto de las personas; no comía, no bebía, no dormía...mi corazón no latía; pero en ciertas ocasiones lo sentía en el centro de mi pecho. Cualquiera diría que la vida inmortal tenía todos los puntos a favor. Yo no. No odiaba ser quien era, pero a veces la rutina era agotadora. Por suerte no estaba sola. Tenía a mi familia para superar los momentos de tristeza y soledad.

Tenía a Jasper, mi compañero, mi amor, mi alma gemela.

Los primeros meses había sido bastante duros, él se alimentaba de humanos sin tener remordimiento alguno, pero yo lo tenía. Odiaba tener que sacrificar a inocentes por saciar mi sed. Fue entonces cuando los vi. Vi una vida mejor que la que llevábamos. Vi felicidad. Los vi a ellos, los Cullen, una familia que Vivian en una zona al sur de Forks, en el estado de Washington.

Jasper no se negó a ir en busca de ellos, sino que parecía tan entusiasmado como yo. Menuda sorpresa nos llevamos al ver que ellos tenían un estilo de vida bastante diferente al nuestro.

Pero era de mi agrado. La sangre de animal no saciaba la sed como la humana, pero no dejaba lugar a la culpa, al remordimiento.

A Jasper le costó adaptarse, y todavía no lo ha hecho por completo, pero es fuerte. Me enorgullece que sea así, aun sabiendo que lo hace por que me quiere va en contra del monstruo que clamaba ser libre. Eso me bastaba.

Los últimos 40 años habían pasado rápidamente, mejor que si lo hubiésemos pasado Jasper y yo por nuestra cuenta. Éramos una verdadera familia, para los ojos del mundo y para nosotros mismos. Esme, la cual antes de ser transformada había perdido a su pequeño bebé, era nuestra querida madre, siempre cuidándonos y brindándonos el amor maternal que cualquiera habría recibido en la vida anterior. Caslisle era un padre ejemplar, duro - la mayoría de las veces - pero justo y que siempre velaba por nuestro bien. Mis hermanos, Emmett y Rosalie, eran únicos y estaban hechos el uno para el otro, al igual que Jasper y yo.

Y Edward. No sabría decir por que, pero a pesar de ser bastante años mayor que yo, lo veía como a mi hermano menor. Quizás era el hecho de que estaba solo, en una casa donde abundaban las parejas. Pero nunca le oí quejarse ni hacer nada por revertir esa situación. O quizás era su peculiar forma de ser. Su humor apacible, sus suaves y - muchas veces - fingidas sonrisas. Podía ver en sus ojos que no se sentía completo, había una pieza del rompecabezas que estaba perdida, o aun no existía. A él no parecía importarle, se auto convencía de que la vida de vampiro era así; vacía, oscura, como el penetrante cielo de la noche. Pero según él habían estrellas, pequeños puntos brillantes que daban algo de sentido a su eterna existencia.

Riverside se había convertido en mi hogar. El clima era perfectamente húmedo y espantoso como para permitirnos salir a la calle de día y mezclarnos con la gente. Jasper aun tenía problemas para rodearse de humanos, por suerte podía salir a salvo conmigo. Siempre velaría por su bien.

No faltaban días en que no me preguntara quién era y de dónde venia, y por qué tenía aquel don que me había salvado tantas veces, por qué podía ver el futuro. Mi único recuerdo, y vago, era haber despertado sola en una sala blanca, siendo lo que soy. Me apoderé de la vida de la primer persona que me crucé, sin importarme si era hombre o mujer, o incluso niño, ahora no recuerdo que fue, pero me alimenté de aquella inocente vida. Todos los hicimos en un principio, hasta que conocimos a Carlisle; él era nuestro apoyo, y por él, por miedo a defraudarle, reprimíamos nuestros monstruosos deseos de beber sangre humana.

Viviendo con los CullenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora