Quincuagésima séptima [E]

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N/A: esta es la última carta, será un poquito más larga. Es decir, no es una "carta", es una narración, el día en que Iván le entrega las cartas a Clara... ¿Qué pasará? El epílogo está casi acabado... ¡No me puedo creer que esto esté llegando a su fin! Gracias a todos y no me matéis por favor.

Os amo.

Las manos me tiemblan. Mi pulso está acelerado y gotas de sudor me recorren la espalda, en una carrera frenética, para ver cuál llega antes mi curva lordotica. Recuerdo que esa palabra me la enseñaste tú, en una clase de anatomía, en el instituto.

Recuerdo ese día a la perfección. En mitad de la clase, tú, enrollando tu liso pelo zanahoria y yo, mirándote como si fueses lo más bello que había visto en mi vida, que lo eres. Colocaste tu mano encima de la mía y reíste por el gran contraste de nuestras pieles.

—Yo parezco leche y tú... Tú chocolate —tu voz era dulce y ligera, no sabría con qué compararlo.

Recuerdo que cuando cumplimos un año —yendo a segundo de bachillerato—, un día como cualquier otro, me entregué a ti al 100%. Y, espero, que tú también. Me acuerdo de todos los detalles de ese momento, de las curvas de tu espalda y tus piernas, de la forman que tenías de mirarme cuando te mordía el lóbulo...

Después de la graduación no sé qué pasó, nos distanciamos. No te mentiré, sí que sé qué pasó. Y espero que me perdones por lo que te he hice, no era mi intención. Ella me besó a mí y no a la inversa. Si pudiese volver atrás en el tiempo y evitarlo. Si pudiese hacer cualquier cosa...

Ese era mi pensamiento hasta que te vi, en el súper. Supe que tenía otra oportunidad al ver que no te acordabas de nada (suena grosero, pero es verdad). Seis años han pasado, Clara, seis. Y volvía a tenerte.

—¿Iván? —chasqueas los dedos delante de mi cara, fijándome en tus uñas pintadas de verde esmeralda—. Iván, ¿esperas a que venga el Espíritu Santo o algo así para entrar?

—No —sonrío y te beso, devolviéndome tú el beso—. Hola...

—Hola... —te apartas un poco y te recuestas en el marco de la puerta—. ¿Qué era lo que tenías que decirme? ¿Y por qué llevas una caja? —diriges tu mano hacia la caja de madera que llevo en brazos, pero la esquivo.

—Espera... ¿Me dejas pasar? —abres la puerta y me introduzco en tu casa.

Camino hacia llegar hasta la cocina y dejo la caja encima de la encimera. Frunces el ceño, pero aun así me abrazas y te vuelvo a besar. Esta vez enrollas tus manos por mi cuello y me atraes hacia ti, empujándome hasta llegar al salón. Me empujas con suavidad para estirarme en el sofá y colocarte a horcajadas encima de mí.

Por muchas ganas que tenga de seguir besándote, debo parar.

—Clara... No he venido aquí para esto... —murmuro entre tus labios.

—¿No quieres besarme?

—Claro que quiero, pero antes...

Empiezas a toser y te sientas en el sofá, tapándote la boca con la mano.

—¿Estás bien? —me coloco a tu lado y me inclino.

—Solo estoy tosiendo, Iván —sonríes, pero yo sé que algo no va bien—. ¿Qué era lo que tenías...? —vuelves a toser—. Joder, lo siento...

—Solo es tos, Cla, como tú has dicho —me miro las manos, crujiéndome los dedos.

—Di, va, ¿qué es?

—Oh...

Me levanto para ir a buscar la caja a la cocina y me detengo en el umbral de esta. Tengo miedo, ¿cómo se supone que debo ir? ¿"Hey, Clara, toma, unas cartas que te he escrito"? Las manos me están sudando otra vez y el pulso se me ha acelerado. Pero tengo que hacerlo, debes saberlo, Clara.

El chico del súper [(E)ditado]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora