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Quizás, por haber preferido las escaleras antes del elevador, sus piernas temblaban de tal manera y no por lo que estaba a punto de hacer. El frío ambiente, y temeroso, le cortaba la respiración en milisegundos. ¿De verdad estaba preparado? Lo había pensado por días, semanas, años, podría decirse ya que no sabía desde cuando está idea rodeaba su cabeza. Por encima de todo, fuera de sus sentidos, manteniéndose en el momento de emoción que destruyó, todo se había ido a la mismísima mierda y por su culpa. Por no saber esperar, por no saber ser paciente, por equivocarse. ¿O no fue así? Tae debió haber sido más comprensivo, pero el debio haber sido más respetuoso, más sabio, más maduro. Le entregó amor, sí que lo hizo, pero se hizo trizas, pedazos, hilos sin nudo y perdidos, en sólo dos palabras, dos actos, dos caídas. ¿O tres? ¿Sería esta considerada una caída?
Los minutos corrían en su reloj de muñeca mucho más rápido que sus piernas lo hacían. Debía llegar antes, mucho antes que el. Las instrucciones fueron claras, precisas, destructivas, alarmantes. ¿Por qué debía hacerlo? Se repetía a si mismo, pero su corazón controlaba su cuerpo en aquel momento, era la única explicación. El sonido de sus pies contra la fría escalera retumbaba en sus oídos y en las paredes del edificio. Debía apurarse, lo necesitaba aunque le costara aceptarlo. Miró la hora, sólo le faltaban tres pisos, pero existía la posibilidad que en cuanto llegara no tendría forma de detenerlo, y no, eso no era lo que quería, el quería salvarlo. Golpeó de forma estrepitosa la puerta del apartamento que contenía aquella ventana, la ventana que había formado en su plan. Nadie contestaba y se alteró, giró la puerta en su defecto y no tenía habitantes, mejor para el. Su reloj de muñeca le indicaba que sólo quedaban minutos de un dígito, era ahora o nunca. Abrió la ventana a su máximo, sacó la soga que traía en su mochila y la amarró a una de las cañerías cercanas, con el otro extremo a su pie. Tiró y notó que si algo salía mal esta se desataría, no le importaba, no podría aguantar una tercera caída de YoonGi, no ahora. Treinta segundos y vio caer aquella famosa moneda frente a sus ojos, fue rápida y para nada notoria, pero el la esperaba porque su vida dependía de ello.
"Treinta" moduló con sus labios secos.
"Veintinueve" prosiguió aquel hombre que se encontraba tres pisos arriba.
"Veintiocho"
"Veintisiete"
"Veintiséis"
"Veinticinco"
"Veinticuatro"
"Veintitres"
"Veintidos"
"Veintiuno"
"Veinte"
"Diecinueve"
"Dieciocho"
"Diecisiete"
"Dieciséis"
"Quince" su estómago se llenó de mariposas y sonrió.
"Catorce" Limpió el sudor de su frente.
"Trece"
"Doce"
"Once"
"Diez" Era su hyung, debía quedarse.
"Nueve"
"Ocho"
"Siete" ¿Sentiría sus brazos nuevamente, para siempre?
"Seis"
"Cinco"
"Cuatro" No me falles.
"Tres"
"Dos"
"Uno. Te amo"
Y sintió el aire pasar acelerado por sus cabellos, y por todo su cuerpo, la gravedad lo estaba succionando.
Su uno fue su cero y desde la ventana se lanzó y agradeció eternamente de que sus cálculos irracionales fueran exactos al momento en que sintió aquel delgado cuerpo entre sus brazos. El tobillo le ardía, al igual que su espalda recientemente golpeada por el asfalto del edificio, pero sonreía como tonto, porque sólo aquellos hacen lo que acababa de hacer. ¿O no?
Y sintió sus brazos creyendo estar en el paraíso, pero nunca sintió el golpe, posiblemente eso significaba morir, la pérdida de todo dolor. Abrió sus ojos atónito, y vio el mundo en su reversa, comprendió y se preguntó si aquello significaba que te dieran otra oportunidad, si eso significaba el perdón.