Emily. Tu nombre sonaba tan dulce como lo eras tu. En ese momento no lo sabía, pero poco a poco, me estaba enamorado. Los días siguientes nos sentábamos juntas en el colectivo y conversábamos. Por la tarde nos llamábamos y nos contábamos como había estado nuestro respectivo día.
Nunca me cansaba de hablar contigo.
A medida que el tiempo pasaba me di cuenta de que me estaba enamorando de ti.
Fue sencillo. Eras (y aun hoy eres) la única persona que me hacía suspirar, la única persona que me hacía sentir mariposas en el estómago con apenas hablarme. Cada vez que alguien decía el nombre Emily, aunque no fueras tu, yo sonreía porque pensaba en ti.
Cuando estaba contigo no podía dejar de mirarte. Me encantaba la forma en que tu cabello castaño oscuro caía sobre tus hombros, la forma en que arrugabas la nariz y achinabas los ojos cuando te reías. Reconocía el perfume de tu piel.
Eras la persona con la que podía ser yo misma todo el tiempo.
La única que no me juzgaba, que no se reía de mi, sino conmigo. La única persona que me veía siempre como yo era en realidad.
Todo eso y mucho más me hizo darme cuenta de que tu, Emily, eras la indicada.
Y no me arrepiento de mi decisión.
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Buenos días, princesa
RomanceNunca creí que una de esas personas con las que nos cruzamos diariamente en nuestra rutina pudiera llegar a cambiar tanto mi vida. Pero así fue. Y estoy agradecida por ello.