- ¡Oh, alabados seáis mis señores! - solía gritar a menudo cuando mis padres aparecían por casa.
Ellos raramente estaban, ya que siempre buscaban alguna excusa.Mis queridos padres, si se les puede llamar así, eran drogadictos. Sí, los dos. Se excusaban con que se iban a 'rebrotar su amor y revivir su juventud'. Pero en realidad, se pasaban los días en un odioso barrio con otros especímenes como ellos. Venían a casa a coger cosas para venderlas, ya que otra cosa no, pero negociar para conseguir droga se les daba de vicio.
Confieso que los odiaba. No soportaba su poco sentido común y lo fácil que era para ellos deshacerse de sus responsabilidades.
Mi hermano James de 7 años, el cual ya me había llamado mamá, me preguntaba por qué unos desconocidos tenían la llave de nuestra casa. Mi dulce ingenuo e inocente James, que no sabía que aquellos eran sus progenitores.
A los dos años sus cuerpos no resistieron a esas altas dosis en cocaína. No sentí ninguna pena, ni un mísero remordimiento. De una vez por todas, James y yo, comenzamos a vivir en paz con el dinero que nos había dejado nuestra abuela. La abuela Anastasia, bendita mujer, que se lo olía todo. Todos sus ahorros los depositó en mi cuenta bancaria y antes de poder rechistar ya me había metido en la boca un trozo de sus deliciosos pasteles de manzana.No sabes lo mucho que te echo de menos, abuela...
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Para mis miserables padres
Non-FictionCuenta la historia de dos hermanos que se crían solos, a causa de la adicción a las drogas que tienen sus padres.