La escalera era estrecha y se sentía demasiado empinada mientras Junhyung descendía hacia aquella habitación.
Abrió sin hacer ruido.
Engrasaba a menudo las bisagras para no despertar al chico con chirridos cuando iba a verlo.
Una vez ahí, lo recibió un aire gélido mezclado con el aroma dulzón de las flores marchitas.
Cerró la puerta con cuidado y permaneció inmóvil un momento, admirando las formas del lugar bajo la luz crepuscular.
La habitación era grande, pero tenía pocos muebles. Él parecía encontrarse a gusto así.
Atravesó la habitación, directo a la cama angosta. Allí estaba, inmóvil y sereno, las manos unidas sobre el vientre y el cabello oscuro desplegado alrededor de su pequeño rostro, revelándose entre la palidez natural de su piel y las sábanas blancas.
Junto a la cama estaban sus zapatos, sobre la mesilla un ramo de hortensias azules marchitas en un jarrón de cristal.
—Hola, Yoseob —lo saludó en voz baja.
Y, como de costumbre, él no contestó. No le decía una palabra. Jamás respondía a alguna de las preguntas de Jun, pero no le importaba.
El frío en la habitación comenzaba a afectarle, casi haciéndole castañear, pero hizo como si nada.
Yoseob simplemente ignoraba el frio, así le gustaba. Así lo necesitaba.
Su mirada se dirigió a las fotos que le había colgado al lado de la cama. Quería pedirle si podía añadir una nueva, pero tendría que formular esa petición en el momento adecuado para no molestarlo.
No es que a Jun le hiciera mucha gracia, pero siempre tenía en cuenta sus preferencias.
Puesto que lo mantenía escondido, al menos no debía faltarle de nada.
Se sentó con delicadeza en el borde de la cama, provocando que el colchón se hundiera bajo su peso, y contempló su rostro de cerca. Observó fascinado los finos rasgos del muchacho. No importaba cuantas veces Jun lo hubiera visto antes, su sencillez y delicadeza siempre lo cautivaban.
—Eres perfecto... —dijo sinceramente, y se acercó a besar sus labios. Los suaves labios pálidos se aplastaron ante la presión de los suyos—. Perfecto... perfecto... —murmuró sobre su boca.
Pasó su brazo para rodear sus costados y sostenerse con los codos, haciendo hincapié en no aplastarlo bajo su peso, mientras sus labios continuaron moviéndose contra los del joven.
Junhyung volteó a ver su rostro una vez más para admirar sus rasgos con paciencia. Tenía los ojos cerrados, y la boca entreabierta. Alargó el brazo y le acarició la mejilla. Con el tiempo, su piel había cobrado ese tono pálido ceroso, pero aunque su tez ya no era tan suave y rosada, su boca seguía siendo tan bonita como antes, cuando aún le hablaba y le sonreía.
Tocó los delicados labios con las yemas de sus dedos, encontrando la humedad que su saliva había dejado sobre ellos. Y lo volvió a besar. Sin recibir respuesta por su parte, como siempre.
Dejó caer la cabeza y hundió la nariz en la curva entre su hombro y cuello y aspiró fuertemente. Su olor era el mismo, dulce, cálido. Aspiró una vez más, esperando que el olor lo acompañase durante el día. Después de un rato se sentó al borde de cama, y por un instante creyó que él se había movido.
Pero no. Nunca se movía.
Estuvo un buen rato sentado simplemente mirándolo. El deseo de protegerlo nunca había sido tan fuerte.
—Debo irme —dijo al cabo de un rato, no sin pesar—. Tengo mucho que hacer.
Se puso de pie, tomó las flores marchitas del jarrón, las cambió por las nuevas que le había traído, y se aseguró de que la botella de agua de la mesilla estuviera llena.
—Si necesitas algo, llámame, ¿eh?
A veces echaba de menos su sonrisa, y eso lo entristecía. Por supuesto que sabía que estaba muerto; sin embargo, le resultaba más fácil hacer como si no lo supiera. En ningún momento había perdido la esperanza de volver a verlo sonreír.