El Alma de la Ceniza.

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A la distancia lo vi; un humanoide gigante de cuerpo esquelético, sentado al amparo de una hoguera a punto de acabarse; de armadura de acero oxidado y quemado, de tabardo azulado y calcinado, de casco europeo abollado, cuyo visor mostraba oscuridad, como si la armadura tuviese vida propia. Caminé lentamente, entre un campo de flores marchitas, de pasto rojizo y de espadas enterradas en la tierra tan abundantes como la maleza, iluminados por el sol, eclipsado por un astro, que manchaba el cielo de sangre; sentí la presión de mis manos al contacto del mango de mi espada y la cuerda de mi escudo.

Y entonces se levantó, tomó el espadón enterrado en la hoguera y cargó hacia donde yo estaba.

El impacto fue rápida y colosal, retrocediendo varios pasos mientras seguía tomando el escudo con fuerza; su arma ardiente, de casi ocho pies de altura, se movía feroz, pero predecible; atiné al siguiente ataque rodar, arrastrando mi cuerpo y el peso de mi armadura al lado y deslicé mi espada a su costado; pero pareció no inmutarse, mientras veía las cenizas aún encendidas de su armadura dispersarse. Rodé hacia atrás, pero él ya sabía de antemano mi movimiento, el espadón cayendo con todo el peso hacia mi cabeza al levantarme; logré bloquear, pero fue tal la fuerza que giré varios metros, el escudo partido en dos.

Me levanté y agarré la espada con ambas manos mientras la adrenalina corría por mis venas, y a cada esquivo, cada filo ardiente que pasaba cerca de mi rostro respondía con el filo de mi espada en su cuerpo, perforando acero y carne carbonizada. Tras varios minutos, la figura colosal cae de rodillas, aturdido por mis reiterados golpes, y aprovecho para dar el último, enterrando la espada en su pecho, la punta llegando a salir de su espalda.

Pero entonces se levantó, y mientras agarraba el espadón con las dos manos vi mi espada derretirse del calor. Me limité a mirar, estupefacto, preguntándome cómo era posible que la criatura no hubiese caído; eso me distrajo, y al observar nuevamente al gigante, vi un destello nacer de su espadón y después todo oscureció.

Apenas podía abrir los ojos, apenas podía moverme, apenas podía respirar. Sentía todo mi cuerpo calcinado, ardiente como las brasas de una hoguera... le miré desde abajo: el gigante con el espadón atravesando mi pecho, y en aquella silueta difusa sentí una sensación familiar... me acordé de historias antiguas, de caballeros agonizantes, bestias inconmensurables y reinos decadentes, del por qué estaba aquí, de todo lo que había pasado para llegar acá... pero lo que más me acordé fue de una leyenda acerca de un dios... un dios de la luz que hizo todo para que ésta no cayese ante la oscuridad, llegando a sacrificar su vida... en mis últimos segundos observé dos tenues luces rojas dentro de su casco... y supe quién era él.

Lo último que sentí no fue miedo... sino melancolía, y de ahí... oscuridad... soledad... paz... silencio.  

El Alma de la Ceniza. #DrabblesRFDLDonde viven las historias. Descúbrelo ahora