Faltaban escasos mintos para que el reloj fijara sus agujas en el siete, hasta el momento el día transcurría más normal que de costumbre. El sol que nacía frente a mí, enceguecía a cualquiera que se atreviese a mirarlo, amenazando que durante su estancia el día sería muy caluroso; yo disfrutaba cada segundo de la brisa mañanera antes de que ésta cediera a la seducción del calor. La rutina pesaba en mis hombros al igual que mi mochila repleta. Y ahí estaba yo como a diario, en la misma parada y con el mismo objetivo que las demás personas. Mi reloj y el alboroto de la gente me alertaron que el tren habia llegado a horario; me apresuré y subí, me senté, tal vez en un asiento en el que me había sentado veces anteriores; ignorando todo a mi alrededor me coloqué los auriculares y una de mis canciones favoritas comenzó a sonar.
Mis oídos contemplaban la melodía mientras que mis labios la tarareaban, mantenía la mirada con nostalgia hacia la ventanilla. Después de varios minutos ya cansado de ver el mismo paisaje empecé a analizar a cada persona que se encontraba a mi alrededor, intentando averiguar cuáles eran las penas que acarreaban cada uno. Sin ir mas lejos, observé a la mujer de rulos negros sentada en frente que con enojo hablaba por celular, movía su brazos de un lado a otro procurando indicar algo; a su lado un hombre de traje gris que no parecia importarle que la mujer lo golpease con sus movimientos. A mi costado izquierdo encontré a una joven madre que desenvolvía unos caramelos para dárselos a sus pequeños hijos, una nena de tal vez siete años y un varoncito de menor edad que muy inquietos jugaban con unos autitos de juguetes, no le di importancia y seguí recorriendo la mirada hasta que mis ojos se detuvieron en una muchacha sentada un asiento más adelante, dentro del tren ella se volvió la parte relevante. Un resplándor de luces de muchos matices la rodeó, su cabello hasta los hombros como hiladas de bronce resaltaban su piel tan pálida como bronceada; en sus manos sostenia un libro , aunque no veía su rostro imaginaba sus ojos hundidos en quien sabe que aventura, recorriendo palabras tras palabras. Quedé impregnado a esa imagen, el tiempo corría pero ella parecía ir sin prisa.
Casi treinta personas dentro del lugar con casi veintinueve historias que ya no me importaba conocer, excepto la de esta muchacha que hechizó mis ojos, el universo se centró en ella con la intención de observarla. Tres, cuatro, cinco páginas se empaparon de su asombro, ella nadaba entre papeles, solo era cuestión de unos minutos para que volteara y comenzara otro capítulo. De vez en cuando su corto lienzo rojizo con leves movimientos indicaba que su mirada abandonaba por un momento el libro y se dirigía a la ventanilla para luego volver y retomar la lectura; tal vez fue su naturalidad o el entusiasmo de perderse en letras, pero su presencia me cautivó. No encontraba, ni encontraré palabras para poner mis emociones del momento a flote.
Mi destino se encontraba a tres estaciones y la inquietud del resto de las personas indicaba que la siguiente se acercaba; no me importó mucho hasta que el tren se detuvo y ella cerró el libro, lo guardo en uno de los bolsillos de su mochila. Al levantarse volteó y se dirigió a la puerta trasera para salir por ella. Con pasos sin apuros cruzó por mi lado dejando un aroma primaveral, la seguí con la vista hasta que el tren marchó otra vez. Se llevó la magia de mi admiración consigo pero su rostro y su tímida mirada quedaron en mi memoria y con eso en mi mente pase el resto del día.
Al día siguiente subí al tren con el afán de volverla a ver pero al igual que los días anteriores no la encontré, y pasó lo mismo al siguiente, y al otro, hasta pasar varios meses, casi un año. Las esperanzas no daban tregua a aceptar que tal vez nunca más la contemplaría involucrada en una nueva aventura. Buscaba en cada chica su mirada que revolvía mis pensamientos cada noche, pero como era de esperarse no la encontraba. Cada vez que mis manos agarraban un libro ella reaparecía. Tal vez ese era mi consuelo, buscar un poco de ella entre páginas. Leia generalmente en el tren.
Cierto dia, como cualquier otro abrí mi libro y me perdí en él. En un momento sentí que alguien se sontó a mi lado, yo seguía reposando mis ojos en las letras cuando escuche una dulce vos decirme -Es un buen libro...-.
En instante levante la mirada y mi expresión indico asombro. No podia creer, era ella, mi corazón parecía detenerse de tan rapido que latía; con la misma mirada timidamente inolvidable y una picara sonrisa en sus labios prosiguió -... lo leí hace un tiempo. Y... me sentí muy observada.- Luego me guiño un ojo.
La realidad parecía jugar conmigo que estaba ahí sin poder pronunciar palabra alguna, perdido en la mirada de aquella chica que tanto esperaba volver a ver.
FIN.
-Maira E. Suklje.
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La Chica Del Tren
RomanceLa rutina se vuelve extraordinaria cuando lo extraordinario choca con ella.