Hace muchísimo tiempo, cuando todos los abuelos y las abuelas de ahora eran niños pequeños, niñas pequeñas, bebés o quizá aún no habían nacido, papá, mamá, Mary, Laura y la pequeña Carrie, todavía una bebé, abandonaron la casita de Wisconsin. Se alejaron y dejaron solitario y vacío el claro entre los árboles. Jamás volverían a ver aquella casita.
Se dirigían al territorio indio.
Papá dijo que por entonces ya había demasiada gente en el bosque. Con mucha frecuencia Laura oía el eco de unos hachazos que no provenían del hacha de papá o el estampido de un disparo que no procedía de su escopeta. El sendero que llevaba hasta la casita se había convertido en carretera. Casi todos los días Laura y Mary dejaban de jugar y se quedaban mirando sorprendidas a un carromato que pasaba entre crujidos por aquella carretera.
Los animales silvestres no querrían permanecer en una tierra en donde ya había muchas personas. Tampoco a papá le gustaba la idea de quedarse. Prefería las tierras en donde los animales viven sin sentirse atemorizados. Le gustaba ver a los cervatillos y a sus madres desde la espesura del bosque y observar a los osos gordos y haraganes comer bayas en los matorrales de los calveros.
En las largas veladas invernales le hablaba a mamá a cerca del Oeste. Allí la tierra era llana y no había árboles. La hierba crecía espesa y alta. Allí los animales vagaban y se alimentaban como si estuvieran en un pastizal que se extendía mucho más allá de lo que el alcanzaba la vista de un hombre. No había colonos, sólo los indios vivían Allí.
Un día, cuando estaba terminando el invierno, papá dijo a mamá:
--- Ya que no tienes nada que objetar, he decidido que vayamos al Oeste. Tengo una buena oferta por este lugar y ahora podemos venderlo, probablemente, por todo el dinero que pedimos. Con eso habrá suficiente para empezar en una nueva comarca.
---Oh, Charles, ¿hemos de irnos ahora?-- dijo mamá.
El viento era tan frío y se estaba tan bien en aquella abrigada.
- Si vamos a irnos este año, tiene que ser ahora- repuso papá -. No podríamos cruzar el Missisippi después del deshielo.
Así que papá vendió la casita, y también la vaca y la ternera. Hizo arcos de nogal americano y los montó sobre la caja de la carretera. Mamá lo ayudó a tender una lona por encima.Antes del amanecer, cuando era todavía oscuro, mamá despertó con suavidad a Mary y a Laura hasta que por fin se pusieron en pie. A la luz del fuego y de una vela las lavó, las peinó y las vistió con ropas de abrigo. Sobre su larga ropa interior de franela roja les puso unas enaguas de lana y luego vestidos y medias largas también de lana. Después les puso sus abrigos y sus gorros de piel de conejo y sus rojos mitones de Hilaza.
Todo cuanto tenían en la casita se hallaba en la carretera, excepto las camas, las mesas y las sillas. No las necesitaban porque papá siempre podría hacer otras nuevas.
Unas delgada capa de nieve cubría el suelo. Todavía estaba oscuro, hacía frío pero no soplaba el viento. Los árboles desnudos se alzaban contra las heladas estrellas. Pero por el este el cielo había palidecido y a través del bosque gris se vislumbraron las linternas de carros y caballos en los que venían El abuelo, la abuela, tíos, tías y primos.
Mary y Laura se sujetaron con fuerza sus muñecas de trapo y permanecieron calladas. Sus primos las rodearon y las miraron. La abuela y las tías la abrazaron, las besaron y volvieron a besarla, diciéndoles adiós.
Papá colgó su escopeta de los arcos del interior de la carreta para poder alcanzarla rápidamente desde el pescante. Debajo, colgó su bolsa de balas y su cuerno de pólvora. Dispuso entre almohadas el estuche del violín, de modo que el traqueteo de la carretera no pudiese dañar el instrumento.
Los tíos lo ayudaron a enganchar los caballos a la carreta. Dijeron a todos los primos que besaran a Mary y Laura, y así lo hicieron. Papá levantó entonces a Mary y luego a Laura y las subió a la carretera. Ayudó a mamá a subir al pescante y la abuela tendió los brazos y le pasó a Carrie. Después subió papá y se sentó junto a mamá al tiempo que Jack, el bulldog mostrado, se metía bajo la carreta.
Y así se alejaron de la casita de madera. Los postizos estaban cerrados sobre las ventanas para que la casita de estacas junto a los dos grandes robles que durante el verano habían prestado una verde sombra para que Mary y Laura jugasen debajo. Y eso fue lo último que vieron de la casita.
Papá les prometió que cuando llegarán al Oeste, Laura vería un papoose.
- ¿ Qué es un papoose?- le preguntó.
_ Un papoose- le respondió - es un bebé indio, pequeño y cobrizo.
Recorrieron un largo camino por el bosque nevado hasta que llegaron al pueblo de Pepin. Mary y Laura habían estado allí una vez, pero ahora les pareció diferente. La puerta del almacén y las de todas las casas estaban cerradas, los tocones se alzaban cubiertos de nieve y no había niños pequeños jugando afuera. Entre los tacones se alzaban grandes depósitos de madera.
Sólo vieron a dos o tres hombres, protegidos con botas, gorros de piel y chaquetones de grandes cuadros.
Mamá, Laura y Mary comieron pan con melaza en la carreta, y los caballos, maíz de las bolsas que les colgaron, mientras en el almacén papá cambiaba sus pieles por cosas que necesitarían durante el camino. No podían quedarse mucho tiempo en el pueblo porque tenían que cruzar el lago de ese mismo día.
El enorme lago se extendía llano, terso y blanco hasta la línea del horizonte. Las rodadas de las carretas cruzaban, tan lejos que no era posible ver adónde iban: acababan en la pura nada.
Papá condujo la carretera por el hielo, siguiendo esas rodadas. Los cascos de los caballos resobaban sordamente, las ruedas de la carretera crujían. Atrás, El pueblo parecía cada vez más pequeño hasta que el alto almacén fue sólo un puntito. Alrededor de la carretera no había más que un espacio vacío y mudo. A Laura no le gustó. Pero papá se hallaba en el pescante de la carreta y Jaci caminaba debajo; ella sabía que naada podía pasarle mientras papá y Jack estuviesen allí.
Al fin la carreta remontó una ladera y otra vez vieron árboles. Había además una cabaña entre los árboles. Así que Laura se sintió mejor.
En aquella cabaña no vivís nadie: era un lugar sólo para dormir. Era una casa pequeña y extraña, con una gran chimenea y toscas literas contra las paredes. Pero se caldeó en cuanto papá hizo fuego en la chimenea.
Aquella noche, Mary, Laura y la pequeña Carrie durmieron con mamá en una cama hecha en el suelo junto al fuego, mientras papá dormía afuera en la carreta para vigilar el vehículo y los caballos.
Un extraño ruido despertó a Laura durante la noche. Le pareció como un disparo, pero más seco y más prolongado que un tiro. Volvió a oírlo una y otra vez. Mary y Carrie dormían, pero ella no logró conciliar el sueño hasta que en la oscuridad le llegó la voz serena de mamá.
- Duérmete - Le dijo -. Es sólo el hielo que cruje.
A la mañana siguiente papá declaró:
-Hemos tenido suerte de haber cruzado ayer, Caroline. No me extrañaría que el hielo se rompiera hoy.
Lo hemos atravesado tarde y por fortuna no empezó a quebrarse mientras estábamos en el centro.
-Ya pensé ayer en eso, Charles- confesó Mamá.
A Laura no se le había ocurrido antes, pero entonces imagino lo que hubiera sucedido si el hielo se hubiese roto bajo las ruedas de la carretera y todos hubieran ido a parar a las frías aguas en el centro de aquel lago enorme.
- Estas asustando a alguien, Charles.- Advirtió mamá, y entonces papá alzó a Laura y le dio un fuerte abrazo.
- ¡ Ya estamos al otro lado del Mississippi!- le dijo abrazandola aún-. ¿ Qué te parece, cariño? ¿ Quieres ir al Oeste en donde viven los indios?.
Laura asintió y preguntó si estaban ya en territorio indio. Pero no era así: se encontraba en Minnesota.
Quedaba un larguísimo camino hasta el territorio indio. Casi cada día los caballos caminaban tanto como podían; casi cada noche papá y mamá acompañan en un nuevo lugar. A veces tenían que permanecer en el mismo sitio varias noches porque un arroyo estaba crecido y no podían cruzarlo hasta que bajaban las aguas. Vadearon incontables corrientes. Vieron extraños bosques y colinas y una región aún más rara en donde no había árboles. Cruzaron ríos sobre largos puentes de madre y llegaron a un río ancho y amarillento en donde no había puente.
Era el Missouri. Papá subió la carreta a una balsa y allí permanecieron todos sentados mientras la balsa se apsrtsbs de la orilla y atravesaba aquellas aguas agitadas, amarillentas y fangosas.
Al acabo de varios días llegaron a otras colinas. Mientras atravesaban un Valle, la carreta se atascó en un barrizal negro y hondo. Llovía y se sucedían los relampagod entre el estallido de los truenos. No había sitio donde alzar un campamento y hacer fuefo. Todo estaba húmedo, frío y desagradable en la carreta, pero tuvieron que quedarse allí y comer fiambres.
Al día siguiente papá se encontró un sitio en la ladera de una colina donde pudieron acampar. Había dejado de llover, pero hubieron de aguardar una semana hasta que descendieron las aguas de arroyo y el barro se secó lo suficiente para que papá pudiera sacarla carreta de allí.
Un día, mientras esperaban, salió del bosque un hombre alto y Delgado que montaba un caballo negro. Papá y el hablaron un rato y después se fueron juntos al bosque; cuando volvieron, los dos montaban callos castaños por aquellos.
Tenían muy buen aspecto y papá afirmó que se trataba de cimarrones del Oeste.
- Son tan fuertes como mulas y tan mansos como gatitos- aseguró papá.
Tenían ojos grandes y dulces, largas crines y colas y patas más finas y cascos más pequeños y ligeros que los caballos de los grandes bosques.Cuando Laura preguntó como se llamaban, papá le dijo que Mary y ella podrían darles los nombres que quisiera. Así que Mary llamó a uno Pet y Laura llamó al otro Patty. Cuando el rugido del arroyo no fue ya tan intenso y el camino estuvo más seco, papá sacó del barro la carreta, enganchó a Pet y a Patty, y allá fueron de nuevo todos.
Con aquella carreta con la que partieron de Wisconsin había cruzado Minnesota, Iowa y Missouri. Durante todo el camino Jack caminó bajo el carromato.
Luego se dispusieron a cruzar Kansas.
Kansas era una llanura interminable cubierta de altas hierbas onduladas por el viento. Día tras día, A través de Kansas no vieron nada más que las agitadas hierbas y el enorme cielo. En un círculo perfecto el cielo se cursaba sobre la tierra llana y la carreta parecía ocupar el centro exacto de aquel círculo.
Durante todo el largo día Pet y Patty avanzaban, trotando y caminando y trotando de nuevo pero sin conseguir nunca salir del centro de aquel círculo. Cuando el sol se ponía, el círculo aún seguía en torno a ellos y el borde del cielo tomaba un color rosado. Luego, poco a poco, la tierra se tornaba negra. El viento elevaba un gemido solitario entre la hierba. El fuego de la acampada era pequeño y se perdía entre tanto espacio. Pero del cielo colgaban estrellas enormes que centelleaban con tanta intensidad que a Laura le pareció que casi podían tocarlas.
Al día siguiente la tierra era igual, el cielo era el mismo y el círculo no había cambiado. Laura y Mary estaban cansadas de todo eso. No había nada que haré ni nada nuevo a donde mirar. La cama estaba hecha en la parte trasera de la carreta y limpiamente cubierta con una colcha gris. Laura y Mary estaban sentadas en ella. Los cosafos de la lona estaban enrollados en lo alto de la carreta, de modo que el viento de la pradera entraba a ráfagas y agitaba los laicos cabellos castaños de Laura y los revueltos rizos dorados de Mary. Una intensa luz las acariciaba sus párpados cerrados.
A veces una enorme liebre se alejaba dando grandes saltos sobre la hierba siempre inquieta. Jack no le prestaba atención alguna. También el estaba de tanto caminar. La carreta dejaba atrás dos tenues rodadas, siempre iguales.
Papá iba enclavado. Sostenía flojas las tiendas en sus manos y el viento resolvía su Marga va va castaña. Mamá permanecía erguida y callada, con las manos cruzadas sobre su regazo. Carrie dormía en un capazo entre fardos blancos.
- ¡ Uf!- bostezó Mary.
- ¿ Podemos bajar y correr detrás de la carreta?- preguntó Laura-. Se me cansan las piernas.
- Aún no, hija- repuso mamá.
- ¿ Acamparemos pronto?- preguntó Laura.
Le parecía que había transcurrido mucho tiempo desde mediodía, cuando comieron sentados en la fresca hierba a la sombra de la carreta.
- Aún no - respondió papá -. Es demasiado pronto para acampar.
-¡ Pues yo quiero acampar ahora! Estoy cansada- protestó Laura.
Y mamá dijo:
-Laura.
Eso fue todo, pero significaba que Laura no debía protestar. Así que no volvió a quejarse en voz alta aunque siguió enfurruñada durante un bien rato.
Le dolían las piernas y el viento no dejaba de agitar sus cabellos. Las hierbas se metían y la carreta traqueteaba y nada sucedió durante largo tiempo.
- Estamos acercándonos a un arroyo o aún río- anunció papá - .¿ No ven, chicas, esos árboles de ahí adelante?
Laura se puso en pie y se sujetó sujetó uno de los arcos de la carreta. Distinguió a lo lejos una mancha borrosa.
- Esos son árboles - dijo papá -. Se advierte por la forma de las sombras. En esta región los árboles significan agua. Allí es donde acamparemos esta noche.
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La casa de la pradera.
Teen FictionEditorial Planeta presenta: " La casa de la pradera" de Laura Ingalls Wilder. Los libros se estan extendiendo de a poco por toda la Latino America . Sus aventuras mismas la inspiró a escribir, para que hoy en día podamos apreciar aquellos dulces r...