Pet y Patty empezaron a trotar alegremente, como si también se sintiesen satisfechos. Laura se sujetó con fuerza a uno de los arcos del todo para soportar de pie el traqueteo de la carretera. Por encima del hombro de papá y más allá de las ondas de verde hierba podía ver ya los árboles y no se parecían a los que conocía. Apenas eran más altos que matorrales.
-¡Caramba! Y ahora, ¿por dónde? - murmuró derepente papá para sí.
El camino se bifurcaba ante ellos y no resultaba posible adivinar cuál de los dos ramales era el más frecuentado. Ambos constituían sólo leves rodadas en las hierba. Uno iba hacia el oeste, el otro descendía un poco, hacía el sur. Los dos desaparecían entre las altas y agitadas hierbas.
- Supongo que será mejor ir cuesta abajo- decidió papá -. El río corre por el fondo. Por aquí se irá hacia el vado.Guió a Pet y a Patty hacia el sur.
El camino bajaba y subía y de nuevo bajaba y volvía a subir por un terreno suavemente ondulado. Los árboles estaban ahora más próximos, pero no parecían más altos. Entonces Laura se quedó sin aliento y se sujetó con más fuerza al arco porque casi bajo los belfos de Pet y de Patty desaparecía la hierba. Y también la tierra.
Miró más allá del borde y de las copas de los árboles.
El camino describía allí una curva. Durante un trecho seguía junto al borde del desnivel y luego descendía buscramente. Papá echó el freno a las ruedas; Pet y Patty reclutaron y casi acabaron sentadas sobre sus cuartos traseros.
Las ruedas resbalaron hacia adelante mientras la carreta descendía poco a poco. A ambos lados del vehículo se lanzaban abruptos riscos de tierra roja. En lo alto ondeaba la hierba, pero nada crecía en aquellas laderas rigosas. Despedían un calor qu llegaba a la cara de Laura. El viento aún soplaba por encima, pero no alcazaba a esa honda grieta en el terreno. La quietud parecía extraña.
Luego, llegaron de nuevo a terreno llano. La estrecha grieta los había conducido a una nueva planicie.
Era allí donde crecían los altos árboles cuyas copas había visto Laura desde la pradera superior. Entre los bosquecillos umbrios se extendían prados ondulantes. Bajo los árboles descansaban tendidos algunos ciervos, casi invisibles a la sombra. Los ciervos volvieron sus cabezas hacia la carreta y, curiosos, los cervatillos se levantaron para observarlos mejor.
Laura estaba sorprendida porque no veía el río. Pero el paraje era espacioso. Allí, en un nivel inferior al de la pradera había suaves montículos y trechos despejados y soleados. Aún hacia calor y no soplaba el viento. Bajo las ruedas de la carreta la tierra era blanda. En los claros la hierba raleaba por culpa de los ciervos.
Durante cierto tiempo Sun pudieron ver atrás los altos riscos de tierra roja. Pero se hallaban ya casi ocultos tras lomas Y árboles cuando Pet y Patty se detuvieron a beber en el río.
El ruido del agua lo dominaba todo. Las ramas de los árboles colgaban sobre la corriente, cubriéndola de sombras. Por el centro el agua, de un azul plateado, centellaba, deslizándose con rapidez.
- El río está bastante crecido- dijo papá -. Pero supongo que podremos vadearlo. Y se advierte que aquí hay un vado por los rastros de rodadas. ¿ Qué Te parece, Caroline?
-Lo que tú digas, Charles- replicó mamá.
Pet y patty alzaron la cabeza. Echaron hacia adelante las orejas mientras observaban el río; luego las recogieron para oír lo que diría papá. Resollaron y aproximaron sus suaves belfos, mascullando entre sí. Un poco aguas arriba, Jack bebía, chasqueando su roja lengua sobre el agua.
- Bajaré la lona- dijo papá.
Descendió de pescante, tiró de los costados del toldo y los ató con firmeza a la caja del carromato.
Luego tiró de la cuerda de atrás, de modo tal que sólo quedó un agujerito demasiado pequeño para ver algo.
Mary se acurruco en la cama: no le gustaban los vados, le daban miedo los rápidos. Pero Laura estaba excitada: le agradaba el chapoteo del agua. Papá subió al pescante al tiempo que decía:
- Es posible que en el centro de río los caballos tengan que nadar. Pero pasaremos, Caroline.
Laura se acordó de Jack y confesó:
- Me gustaría que Jack cruzase en la carreta.
Papá no respondió. Recogió con firmeza las riendas.
Mamá explicó:
- Jack puede nadar, Laura. Nada le ocurrirá.
La carreta avanzó lentamente sobre el barro. El agua comenzó a chapotear contra las ruedas. El chapoteo se tornó cada vez más fuerte. El carromato vibró bajo la acometida de la ruidosa corriente. Entonces, de repente, el carromato se alzó, osciló y se meció. Era una sensación maravillosa.
El ruido desapareció y mamá dijo secamente:
-¡ A acostarse, niñas!
Rápidas como centellas, Mary y Laura se tendieron en la cama. Cuando mamá hablaba de ese modo, hacían lo que se les decía. Con el brazo, mamá tendió una manta sobre ellas, cubriéndolas por completo.
- Quédense tan quietas como están ahora. ¡ No se muevan!
Mary no se movió; temblaba, pero se quedó inmóvil. Pero Laura no pudo dejar de volverse un poco tratando de ver lo que estaba pasando. Podía sentir el vaivén de la carreta y sus giros. Otra vez se oyó el chapoteo y de nuevo se extinguió. Entonces la voz de papá asustó a Laura.
-¡ Agárralas, Caroline! - Gritó.
El carromato se inclinó: se notó un repentino golpe del agua en un costado. Laura se sentó en la cama y se quitó la manta en la cabeza.
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La casa de la pradera.
Teen FictionEditorial Planeta presenta: " La casa de la pradera" de Laura Ingalls Wilder. Los libros se estan extendiendo de a poco por toda la Latino America . Sus aventuras mismas la inspiró a escribir, para que hoy en día podamos apreciar aquellos dulces r...