Una sensación de humo que se dispersa, mezclada con los recuerdos de otra vida; y sin pensarlo vuelves a donde estabas y te miras, estando solo, sin nada que hacer a las tres de la mañana. Cuando todos duermen y te quedas despierto para sentir el aroma de la noche, ahí es cuando te conectas con tu interior, explayándote en una hoja sobre el mantel, tensionando las piernas por el frío. Y mientras dudas sobre el mañana, piensas en el café que debiste tomarte hoy. Sin saberlo muchas cosas pasaron por tu mente en ese instante que abriste la heladera sin ninguna razón, aún sabiendo lo que había adentro. Sientes energía inexplicable corriendo por tus venas, y deseas volver a vivir aquel momento del que tanto recordaste con una sonrisa.
Son cosas simples que experimentamos, pero que leyéndolas entre líneas se acomplejan en un estar de idas y vueltas. Lo que sueñas vuela, decía la canción de la radio, y tenía razón. Cuando sueñas, proyectas; y si le agregas perseverancia lo conviertes en una realidad. Miras el reloj y te separan 10 minutos desde que empezaste a contar, 10 minutos que disfrutaste observando la sala y poniendo atención extra al sonido del camión que pasó por la calle del otro lado de tu ventana. Admiras la belleza de la lluvia que te gustaría estar presenciando, porque te hace sentir incluso más vivo.
Contando los colores te das cuenta de que son pocos sin sus gamas, y que es por eso que con ellas son más lindos. Lo mismo pasa con nosotros: nos vemos de una única manera (exterior), pero por dentro hay mil versiones que nos definen. Después de mucho tiempo notás que el silencio no existe, y que eso que creías conocer como angustia era falta de felicidad interior. Cuando te enamoras de ti mismo, las cosas se vuelven más simples, y los problemas fáciles de afrontar. Vuelves a mirar la hora y son 9 minutos más. 19 minutos te tomó hacer este escrito que podría resumirse en esto: somos infinitos.