Capítulo 1: Principio de una guerra

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Era el séptimo día del séptimo mes, llamado el Día Golondrio, momento en que se celebraba todo un año de arduo trabajo y generosa recompensa. Nadie trabajaba en este día, y la gente salía a la calle a ver el gran desfile de los fornidos leñadores, luciendo sus hachas con sus flamantes camisas azules. Había música y bailes, y todos reían y disfrutaban del descanso de veinticuatro horas con comidas típicas y bebidas fuertes. Todos menos Kamber. Estaba sentado sobre un tronco de roble y desde ahí miraba sin mucha atención al desparramo de gente. Tenía su camiseta percudida del trabajo y los guantes de goma en el bolsillo trasero del pantalón. Su estado de ánimo era producto de la desilusión de tener que pasar otro Día Golondrio siendo un ordinario jardinero, y no un leñador, como él quería. Siempre decía que los verdaderos hombres trabajaban en el bosque con las hachas, y volvían a sus casas cuando oscurecía al final del día. No era su culpa, ya que era parte de una familia de jardineros, desde sus más antiguos parientes hasta su hermano menor, Wester. El jardinero trabajaba por las mañanas en el huerto  y cuando llegaba el mediodía volvía a su casa y ahí se quedaba hasta el día siguiente. Se trataba de plantar semillas, regar brotes, poner tutores y cosechar cuando llegara la estación adecuada. Nada emocionante, o al menos así lo creía Kamber. Cuando cumplió sus catorce años y llegó el momento de que le asignaran un puesto, se desilusionó mucho cuando lo mandaron a las plantaciones vegetales. Desde chico que quería ser de los leñadores; un hombre respetado que desfilaba una vez por año en el Día Golondrio con su camisa azul. Pero su historial familiar lo condenó, y terminó con unos guantes de goma llenos de tierra seca en el bolsillo de sus jeans.
- ¿Por qué no estás bailando? - le preguntó Jahra.
- No estoy de humor para esto.
- Deberías comer algo... Hay cosas riquísimas.
Jahra era su amiga de toda la vida, trabajaba en los campos como él, y siempre estaba de buen humor. Su padre era leñador, y había desaparecido en combate la última vez que se enfrentaron los campamentos de Logos y Quom. Dieciséis años habían pasado de la última guerra y todavía quedaban heridas abiertas.
- Tal vez más tarde - dijo él con la voz cansada.
- Mañana tenemos que regar todo el campo, empezamos desde temprano.
- Sobre eso te quería hablar... Mañana no voy a poder ir.
- ¿Por qué?
- Porque voy a una entrevista con Pernol.
- ¿Con Pernol? ¿Y cómo la conseguiste? - preguntó sorprendida.
- No lo hice, voy a pedir verlo ahí mismo.
- Es imposible que te dejen entrar, vas a perder el tiempo.
- No importa, solo quiero hablar con él, y tal vez me lo concedan.
- No quiero desilusionarte pero no creo que pase. Cuando mi madre solicitó hablar por mi padre, él nunca apareció. Ni siquiera la dejaron entrar.
- No pierdo nada con probar.
- Vos no. Pero yo, mientras tanto, tengo que regar todo sola, manejando dos aspersores a la vez.
- Perdón, sabés que estaría ahí si no fuera importante.
- Sí, lo sé.
Luego de unos segundos en silencio, ella dijo:
- Me voy a dormir, estoy más cansada que nunca, lo cual es raro porque hoy no salí de mi casa hasta ahora.
- Andá tranquila, y nos vemos pronto.
Jahra se escabulló entre la multitud hasta desaparecer por completo. Kamber buscaba a sus padres con la mirada para decirles que ya quería volver. Mañana iba a tener un día movido y necesitaba dormir un poco más que de costumbre. Solo había visto a Pernol una vez en su vida, cuando tenía tres años y él pasó con su séquito de guardias cerca de su casa, dentro del bosque. Sabía que era bastante inaccesible, pero no perdía nada con probar.

La mañana siguiente al Día Golondrio siempre había sido muy diferente. Parecía como si la gente retomara sus tareas después de meses de vacaciones, porque todos estaban desganados y muy poco lúcidos. Es cierto que esto también era producto de la borrachera de algunos que habían pasado la noche muy alegremente. Todo volvería a ser normal al día siguiente, cuando la gente hubiera recuperado sus horas de sueño habituales. Kamber salió de su casa muy abrigado, ya que a esa hora de la mañana a uno le salía humo de la boca (por el frío) cuando hablaba. Tenía la bufanda de su hermano porque la suya no aparecía. Encaró directamente hacia el camino de asfalto, que estaba a un kilómetro y medio de donde él vivía. La casa estaba en medio del bosque, rodeada de pinos, y a las cinco de la tarde ya no se filtraba más luz solar por entre las ramas. La casa más cercana estaba a unos trescientos metros, y era la única en mucho terreno. El bosque estaba ya de por sí apartado. La única señal de civilización era el camino asfaltado por donde pasaban los coches y camiones que transportaban leña. Kamber caminaba a paso ligero por el asfalto, y subió en el primer tren al centro de Logos. La vía se bifurcaba en determinado punto, y la rama que no iba al centro de Logos era la que conducía a la estación de Zebda, ciudad vecina.

Los del otro ladoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora