Prólogo

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Diez años, sólo diez años. ¿Quién no ha vivido alguna experiencia fuera de lo común a esa edad? Supongo que casi todos, pero digo «casi» porque no era mi caso. Me llamo Lina, y lo cierto es que mi vida siempre había sido aburrida hasta que cumplí los diez. Justo el día de mi cumpleaños, mi madre decidió llevarnos de viaje, a Paris. Yo estaba emocionada, jamás había salido del país antes y sería la primera vez que pisase un avión. ¿Sería esta la experiencia extraña de la que os hablé antes? Sí, pero no.

Mis maletas ya estaban preparadas y nos dirigíamos al aeropuerto cuando algo llamó mi atención. En la entrada había un niño que aparentemente estaba solo, y nada más pasar a su lado giró la vista y me miró fijamente. Sus ojos eran rojos. Sí, rojos. Aproveché entonces que mi madre se había despistado para acercarme a él. Tenía mucha curiosidad.

—Hola —le dije, tímidamente.

—¿Tú también vas a viajar? —preguntó.

—Sí, pero... ¿Cómo te llamas? ¿Cuántos años tienes?

En aquella época era demasiado extrovertida, qué pena que eso duró poco.

—Mike, y tengo once años.

Me quedé en silencio, no podía parar de mirar sus ojos. Eran rojos, muy rojos, completamente rojos. Parecían brillar con luz propia. Sabía que eso no era normal. No me lo pensé dos veces y le hice una última pregunta.

—¿Estás bien?

—Sí, ¿por qué lo dices? —preguntó esta vez Mike.

—No sé, tus ojos son raros pero muy bonitos al mismo tiempo.

—Eh... Bueno... ¿A dónde viajas?

—A Paris, pero no cambies de tema —respondí mientras fruncía el ceño.

Parecía que aquella pregunta no le había sentado muy bien, por alguna razón había evitado el tema. Esa fue la bomba que hizo explotar la intriga que ya tenía en un principio.

—Yo me mudo a Francia, supongo que viviré en la capital también. Lo siento, pero tengo que irme ya.

Y se fue, no sin antes levantar disimuladamente la manga de su camiseta azul para dejarme ver una marca en su brazo. Lo hizo a propósito. La marca era una estrella de color negro que cubría toda la parte superior del brazo, llegaba hasta el hombro.

No volví a ver a verlo durante todo el viaje, pero tenía clara una cosa: volvería a encontrarme con ese chico algún día.

Estrellas negrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora