3

23 4 0
                                    

Aquí estoy, caminando sola. Las clases han acabado hace un rato, y llevo sin saber nada de Irene desde la hora de comer. Bueno, acabamos de conocernos, tampoco esperaba que me acompañase a todas partes.

 Se supone que mi padre venía a buscarme hoy en coche, pero como siempre, el trabajo se ha interpuesto entre nosotros. Le quiero mucho, pero ya se ha convertido en algo habitual. De pequeña nos llevábamos genial. Me encantaba cómo podía contarle todo, y jugar al futbolín. Sí, al futbolín. Tengo una hermana pequeña de cinco años, y dos hermanos mayores que ahora mismo están en la universidad. Creo que no hace falta explicar nada más. De todas formas, ya que no ha podido venir, he sacado algo de tiempo para apuntarme a alguna actividad extraescolar. 
Después de varios minutos poniendo nerviosa a la secretaria con mi silencio, decidí escoger el violonchelo como hobby, y clase de arte para mejorar. Mi madre fue artista de jóven, y creo que he heredado su virtud para plasmar en un lienzo lo que le pasa por la cabeza en cada momento. Siempre me he llevado genial con ella, en realidad es mi mejor amiga. Cualquiera puede pensar que yo ya mayorcita con diecisiete años tenga como mejor amiga a mi madre, sea lo más patético que ha oído en su vida. Lo único que puedo contestar a eso es que noo se que les ha llevado a decidir a mi familia que formarme en casa era la mejor opción, pero lleva sus consecuencias, y una muy obvia es que tu círculo social se limita extremadamente. 

Algo que me encanta de caminar es que te permite pensar, te permite reflexionar y conocerte un poquito mejor a ti mismo. Por eso, cuando me doy cuenta, ya estoy en frente de mi portal, en la calle Uría. Así es, vivo en Oviedo. Nueva ciudad, nueva vida. O eso dijo mi madre cuando discutimos por lo que me dificulta en el día a día ser tan tímida.

Me dispongo a sacar las llaves de mi bolso, cuando noto a alguien observándome a mis espaldas. Instantáneamente mis hombros se tensan,  y mi cuerpo da un giro de 360º grados. Tengo mucho miedo, cualquier persona que no sea conocida me aterroriza. Pero me relajo un poco cuando lo veo. Tan solo es un chico moreno de mi edad, con el pelo peinado hacia arriba, agachado detrás de un buzón de Correos. Evita mi mirada, pero claramente falla, ya que debe medir alrededor de 1,85 y ese buzón es demasiado pequeño para él. Me río para mis adentros, pero mi cara aparenta indiferencia y curiosidad. Lentamente, como si quisiese que la tierra le tragase, se levanta y empieza a alejarse. Pero eso no evita que no me fije en que su camiseta luce el escudo de mi nuevo instituto.

Después de un breve momento de shock, meto las llaves en la cerradura y entro en el portal. Mientras el ascensor sube a la última planta, mi cabeza da mil vueltas. ¿Por qué coño un niño de mi instituto que no conozco de nada me estaba esperando para espiarme en el portal de mi casa? O puede que me haya seguido todo el camino. Rápidamente se me ocurren  dos teorías, o me van a gastar una novatada y se están riendo de mí, o ese niño es un pedófilo. Pero a pesar de no haber ido nunca a un instituto y no haber tenido muchos amigos, yo no soy nada pero que nada inocente.

SofíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora