prólogo

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Cyrust tenía un secreto que nadie imaginaría ni de broma.

no porque fuera mujeriego, no porque fuera el más guapo del instituto, ni por ser popular o el más inteligente: sino porque su corazón estaba puramente entregado a dios, a servirles a los demás, a ser humanitario y paciente siempre, sin importar qué, y eso todos lo sabían con excesiva precisión, tanta que hasta les daba pena abusar de su inocente amabilidad, de su frágil forma de ser.

porque, claro, nadie podía odiar a Cyrust sin terminar amándolo luego, ni siquiera Cler, un alumno normal, un tanto fuera de foco que le gustaba pasar sus ratos en soledad y silencio, o eso creía; ya que en realidad, nadie se le acercaba por algo que Cyrust desconocía completamente, pero que estaba dispuesto a averiguar, sin saber claro, que esa decisión tendría sus consecuencias, y éstas no eran precisamente buenas.

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