Capítulo 1: Frío

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-Attende Domine, et miserere quia peccavimus tibi- Un ruido seco inundó la sala por unos segundos antes de volver a sumirse en un silencio sepulcral. Allí, no muy lejos de la entrada de la iglesia, yacía un hombre en cuya sien se podía ver un oscuro agujero de bala del que brotaba, en generosas cantidades, un líquido viscoso que segundos antes recorría los vasos sanguíneos del obispo. La sangre brillaba a la luz de la luna mientras las vidrieras de la imponente iglesia coloreaban aquel pulido suelo de piedra que había permanecido libre de cualquier pecado hasta aquella noche. Las estatuas, pétreas y silenciosas, habían sido los únicos testigos de aquel crimen que acabaría por destruir la damnificada virginidad de la Iglesia.

[...]

-Buenos días Marie- saludó extendiendo la mano con la que sujetaba un vaso de café para posarlo en la mesa en la que estaba trabajando la mujer.

-Buenas- dijo sin apartar la vista del monitor -el jefe quería verte.-

-¿Dijo para qué me necesitaba?- preguntó alzando una ceja mientras miraba hacia la puerta de su despacho.

Alzó la vista del ordenador para hacer una mueca sarcástica -¿Será por lo que hiciste anoche?- preguntó de manera retórica mientras volvía a fijar la vista en la pantalla. -Por cierto, gracias por el café, Jason.-

Tomó dirección al despacho del jefe de policía mientras observaba como el sol intentaba una y otra vez sin éxito alguno sobreponerse a las frías nubes en aquel día gris, como cualquier otro. -No fue para tanto...- se dijo a sí mismo fastidiado mientras llevaba la vista al reloj de su muñeca. - “Las nueve y once minutos, no llego tan tarde” pensó relajándose un poco.

De pronto, se fijó como las miradas furtivas de los demás agentes se iban focalizando en él mientras recorría aquel pasillo de mármol blanco.

Vaciló unos instantes al ver, en la habitación a la que se dirigía, a un hombre con una prominente barriga de aspecto malhumorado con una mano en el bolsillo del pantalón y otra en su tupido bigote. Ajustó con orgullo los puños de su impecable camisa y entró con paso decidido al despacho del policía.

-Mira que le avisé señor Breogán- dijo con una voz ronca mientras Jason cerraba la puerta del despacho a sus espaldas. - Le di una última oportunidad y como siempre la ha echado a perder. Tiene hasta las doce del mediodía, recoja sus cosas y márchese de aquí.-

Con un arranque de ira, Jason golpeó la mesa con fuerza, lo que aumentó el número de miradas furtivas que se dirigían hacia la puerta cerrada. -¡Ese cabrón se lo merecía, era cómplice de asesinato! Además, ¿qué hará usted sin mí?, ¡Sabe que soy mejor que todos esos imbéciles juntos!- gritó apuntando con su dedo índice hacia la puerta que había cerrado hacía escasos segundos.

-¡Ya basta!- aulló el jefe de policía siendo él esta vez el que golpeaba con los nudillos  el escritorio de madera de castaño -¡No puedo permitir que haya gente como usted trabajando bajo mi mando!-

Una leve sonrisa burlesca se dibujó en los labios de Jason -¿Qué tipo de gente?- preguntó de manera retórica -¿La que le salva el culo resolviendo todos los casos que usted y esos ineptos llegan ni a comprender?- Al pronunciar esas palabras supo que, si aún existía la más mínima posibilidad de conservar su trabajo, se había desintegrado para siempre.

El policía, cuya cara había tomado un color rojizo, tomó aire para dictar su sentencia final pero Jason, recuperando la compostura,  lo interrumpió súbitamente con un tono de voz severo. -Le aseguro que nos volveremos a ver, señor Lombard, y se arrepentirá de haberme despedido.-

Agarró la puerta y la cerró con fuerza mientras, ahora descaradamente, los demás agentes miraban atónitos hacia él.

-Deberían haberlo despedido mucho antes, así nos ahorraríamos incidentes como el de anoche- Comentó por lo bajo un agente que, hasta hacía pocos segundos, había sido su compañero en la sección de homicidios. Dirigió una oscura mirada que abarcó toda la sala y suspiró con desprecio.

Entró en el pequeño cuarto que usaba como despacho y miró por la sucia ventana que daba a la calle. Los coches dominaban aquella ciudad nauseabunda. Los ciudadanos de a pie y la gente adinerada convivían en realidades paralelas en las que, poco a poco, la diferencia de capital era mucho mayor y, mientras una creciente multitud sobrevivía un día más en aquel Infierno de hormigón armado, los demonios fumaban fajos de billetes hechos a base de prensar la carne fresca de los pocos que, aferrándose a un clavo ardiendo, lograban inhalar el humo de la carne quemada y pútrida de sus compañeros moribundos.

Echó un último vistazo a la ventana y bajó la persiana con una mueca de asco. -Esta ciudad se pudre- dijo con un tono de resignación mientras agarraba una de las pocas cajetillas de tabaco que le quedaban en el cajón del viejo escritorio, carcomido por la polilla.

Agarró las frías llaves y, habiendo recogido las pocas posesiones que allí guardaba, se dirigió hacia la puerta de su pequeño despacho dispuesto a salir de aquel antro que tanto aborrecía.

-Hola, eres Jason Breogán, ¿me equivoco?- Unos profundos ojos verdes se interponían entre él y la puerta del ascensor.

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⏰ Última actualización: May 26, 2016 ⏰

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