Posiblemente nadie entienda las palabras a continuación. Posiblemente nadie nunca entienda mis palabras en absoluto. Pero tengo la mínima esperanza de que seas una de esas personas que lo haga.
La gente cree que existe solo un mundo, el nuestro. La famosa "realidad", personalmente no creo ni una palabra de su definición. Creer en un solo mundo es lo mismo que creer en un solo color, o creer en un solo aroma o sabor. Es algo imposible.
Caminar en otoño es una de las bendiciones de la vida, es un frio acogedor. Un frio con colores cálidos a su alrededor, caminar en las calles de mi pueblo es como atravesar un camino de brasas ardientes, solo que esta trasmite viento frio que te obliga a usar gorro y guantes.
En mi caso, el gorro no era opcional. Era una de las cosas que me ayudaban a escapar de aquella "realidad", me hacía pasar desapercibido. Que me salvaba de aquellas miradas de lastima o preocupación.
Lo más gracioso era que en el momento, en el cual todos estaban dispuestos a ayudarme o hacerme compañía, era sin duda el momento más solitario de mi existencia y actualmente, corta vida.
Irónico? Lo es.
La ironía forma parte de nuestras vidas, o eso me dijeron las hojas de aquel árbol. Hojas rojizas y amarillentas caían, caían con un llanto de alegría. Nunca más iban a poder presenciar aquel paisaje que la altura que el árbol proporcionaba. Su tiempo había llegado su fin.
Su llanto era escuchado por el viento quien lo trasmitía como un chisme mal contado. Lamentablemente el árbol se encontraba lejos del pueblo, detrás de un bosque en una colina.
Solo.
Caminar hacia él era inusual, era un campo vacío. Un campo que dejaba al descubierto a un árbol melancólico, quien dejaba caer a sus hojas color carmesí, permitiendo que tiñeran aquel verde oscuro.
¿Una masacre? Me dije a mi mismo, una masacre por parte de la naturaleza hacia aquel pobre árbol. ¿Qué habrá hecho? ¿Por qué sangra de esa forma?
Sentía una fuerte conexión con aquel ser. Aquel Arce parecía tan solo, tan apartado del mundo, solo con un cielo como compañía y un montón de hojas que lo rodeaban, que lo acompañaban y abandonaban.
Hoja tras hoja iba cayendo. Por un periodo ,aquel Arce era acompañado...pero con el tiempo, estas lo traicionarían y lo apuñalarían por la espalda. Manchándose a sí mismas de rojo carmesí, rojo que teñiría nuevamente aquella pradera, rojo que esperaría nuevamente a la próxima temporada.
Irónico? No lo es.
Amarillo. Muchas eran amarillas. Supuse que eran las esperanzas de aquel Arce, las esperanzas que nuevamente surgirían con la aparición de nuevas hojas, dispuestas a hacerle compañía por los próximos meses. Pero inevitablemente volvería a pasar, una y otra vez.
El árbol parecía retorcerse de dolor después de esta hermosa temporada, posiblemente por el frio o simplemente la soledad. Solo el cielo y yo éramos testigos de su sufrimiento, de su falsa felicidad, de su falsa esperanza.
Me acerque finalmente a aquel árbol, pisando los cadáveres de aquellas falsas compañías para acércame a aquel frio ser, quien miraba al cielo melancólicamente.
Desenredé mi bufanda, era una bufanda de color verde. Verde como la pradera, verde como el color de las coníferas, cuyas hojas no abandonaban su lugar como compañeras.
Enrede aquella tela alrededor de su tronco, y la ate con firmeza. El cielo me miraba, mientras que este se iba mezclando con un color anaranjado.
-El sol está abandonado al cielo- dije casi en un susurro, mientras acariciaba aquella rugosa corteza que lo rodeaba.
-Pero siempre va a volver mañana, el sol va a volver. Siempre lo hace- El me respondio y miró aquella bufanda que lo rodeaba en un abrazo eterno. Para entonces, el Arce empezó a llorar.
Sus últimas hojas terminaban de caer, una de color amarillo y otra de color rojo. Eran las últimas que quedaban, las últimas compañeras del Arce.
Su fuerte corteza empezó a hacerse más suave, reposé mi mano en ella mientras dirigí mi mirada hacia aquel bello atardecer en un campo abierto.
-Me abandonaron, me abandonaron. Siempre me abandonan y me usan. Nunca las eche, simplemente se fueron- Habló con un tono triste y enojado, como si ambos sentimientos de ira y tristeza se mezclaran. Como si el color amarillo se estuviera enfrentando a muerte con el color rojo carmesí.
Mi mano, la cual aún reposaba en él, fue iluminada con uno de los últimos rayos del sol. Esto destaco nuevamente aquella bufanda que rodeaba, ahora, una corteza lisa y suave a la piel.
El llanto del Arce paro, parecía desconcertado por aquel nuevo color. No se suponía que ese color aparecía en esta época del año, no debería aparecer en esta época del año.
¿Irónico? Afortunadamente.
-No te voy a abandonar, no importa que pase nunca me iré- La soledad compartida pasaba a ser un sentimiento de felicidad, pasa a ser una confianza mutua donde ambos estábamos a salvo.
Mire al cielo con desesperación, quien había dejado ir a su sol. Se empezó a oscurecer, pero su esperanza se veía reflejada en su luna. Unas lágrimas se escaparon de mis ojos ya que estaba viendo finalmente esperanza. Por primera vez en los últimos meses de tortura y sufrimiento, de medicamentos, de miradas llenas de pena y tristeza. Por primera vez podría mirar al cielo y sonreír. Sabiendo que mi futuro iba a ser tan brillante como la luna, tan cálido como el sol, y tan bello y colorido como aquel Arce.
Por primera vez en meses deje de sentir frio, veía innecesaria tanta ropa. El Arce presenciaba mis acciones mientras el viento acariciaba su nueva prenda.
El viento parecía ser tan cálido en mi cuello recientemente descubierto, por esa razón removí lentamente mis guantes. Removí lentamente mi campera, y mientras que las lágrimas seguían rozando mis mejillas, removí mi gorro.
Por primera vez, al sacar esta última prenda, sentí felicidad.
El viento acariciaba mi piel, piel que había sufrido las consecuencias de las quimioterapias y fuertes tratamientos. Piel que rogaba por una pizca de libertad, de poder sentir las caricias del viento por última vez.
Viví los últimos meses aislado del mundo, aislado de todo aquel que se me acercara. Pero finalmente pude conocer a mi primer y único amigo.
El Arce, mi primer y único amigo, acaricio mi cara con aquella corteza, que ahora se sentía suave al tacto. Me atrajo a él en un abrazo, un abrazo que paro mi constante llorar.
-Gracias-
Esas palabras susurradas fueron las últimas que escuche.
Esas palabras fueron las últimas antes de que el Arce, mi primer y único amigo, se hundiera en un profundo sueño.
Mi abrazo, el abrazo de su primer y único amigo, fue la última acción que hice antes de acompañarlo en un profundo sueño.
El cielo, el testigo, nos cuidó por toda la noche y por muchos años más.
Las hojas...nunca pudieron recrear el color verde de aquella primera y única amistad.
