S T E P H E N
KING
APOCALIPSIS
PLAZA & JANES EDITORES, S. A.
LIBRO TERCERO
APOCALIPSIS
7 DE SEPTIEMBRE 1990 - 10 DE ENERO DE 1991
Ésta es tu tierra,
ésta es mi tierra,
de California a Nueva York;
desde las secoyas
a los arroyos,
esta tierra se hizo para ti y para mí.
WOODY GUTHRIE
Oye, Basura, ¿qué dijo la vieja Semple cuando
prendiste fuego al cheque de su pensión?
CARLEY YATES
Cuando la noche haya caído,
todo se halle a oscuras
y la luna sea la única luz visible,
no tendré miedo
si estás a mi lado.
BEN E. KING
61
El hombre oscuro había emplazado sus puestos de vigilancia a lo largo de la frontera este de Oregón. El más importante se hallaba en Ontario, donde la interestatal 80 se cruzaba con la de Idaho. Allí había seis hombres, acuartelados en el remolque de un enorme camión Peterbilt. Llevaban más de una semana jugando al póquer con billetes de veinte y cincuenta dólares, tan inútiles como el dinero del Monopolio. Uno de ellos había ganado casi sesenta mil dólares; y otro, cuyo salario anual antes de la epidemia era de unos diez mil dólares, iba por los cuarenta mil.
Había estado lloviendo casi toda la semana, y los ánimos empezaban a ponerse tensos. Tenían su base en Portland y querían regresar a ella. Allí había mujeres. Un potente radio transmisor colgaba de un clavo, pero sólo emitía estática. Esperaban que del aparato surgiera una simple palabra: «Volved.» Eso significaría que el hombre que buscaban había sido atrapado en alguna parte.
El hombre que buscaban tenía unos setenta años, era corpulento y se estaba quedando calvo. Llevaba gafas y conducía un vehículo todoterreno, un jeep o un International Harvester. La consigna era matarlo.
Estaban nerviosos y aburridos, la emoción por las apuestas altas en el póquer se había desvanecido dos días atrás, incluso para el más entusiasta. Pero no se atrevían a largarse a Portland por su cuenta. Habían recibido las órdenes del Dandy en persona, e incluso cuando la lluvia dio origen a la claustrofobia, él seguía inspirándoles terror. Si fracasaban en la misión y él se enteraba, que Dios les ayudase.
Así que jugaban a las cartas y montaban guardia por turnos, observando a través de la rendija que habían abierto en un lateral del remolque. La interestatal 80 permanecía desierta bajo la lluvia monótona y constante. Si el vehículo aparecía por allí, sería detectado... y lo pararían.
- Es un espía del otro bando -les había dicho el Dandy, con aquella temible sonrisa en los labios. Ninguno de ellos sabía por qué era tan sobrecogedora, pero cuando te miraba la sangre se te congelaba.