La vida de un soldado en la Primera Guerra Mundial

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Bombardeos, gases letales, enfermedades y una higiene precaria. Así fue la vida del soldado en las trincheras

La vida de millones de jóvenes europeos quedó en suspenso en las trincheras. Allí, en agujeros en la tierra (incómodos, no como el de Bilbo Bolsón), algunos de ellos pasaron cuatro años entre el cieno, las ratas y los muertos. Cuando a ya no había esperanzas de acabar la guerra en pocas semanas, los soldados comenzaron a cavar el que fue su hogar durante casi toda la guerra.

Lo normal era excavar tres líneas de trincheras; la primera que recibía y lanzaba los ataques, la segunda que apoyaba con hombres y suministros a la primera y la tercera, 300 metros tras la segunda, donde se situaba la reserva del ejército. Con estas tres líneas el enemigo lo tenía muy complicado para avanzar, pero vivir en las trincheras era casi tan difícil como combatir, en caso de poder separar ambas cosas.

Días fríos y aburridos

La vida diaria cambiaba mucho dependiendo de la línea en la que estuviera un soldado, y había turnos para no sobrecargar a los hombres. En la reserva la rutina era más relajada, había trabajo diario que hacer (mantenimiento y a veces adiestramiento), pero vivían sin el miedo constante al fuego enemigo. Durante la estancia en la reserva los mandos animaban a sus reclutas a asearse (algo casi inexistente en la primera línea) y a relajarse escribiendo a la familia con tranquilidad. También había tiempo para el sexo, la gran cantidad jóvenes ociosos hizo que muchos vieran un gran negocio en los burdeles. Sin embargo, los oficiales se mostraron generalmente muy estrictos por el miedo a las enfermedades venéreas entre las tropas.

En la segunda línea había más tensión, los soldados podían ser llamados para reforzar la primera trinchera y el fragor de la batalla era cercano. El trabajo diario también era más intenso, al tener que abastecer constantemente a los compañeros de la primera línea, que era donde más mantenimiento hacía falta.

Los soldados que estaban al frente eran los que más trabajo tenían y los que soportaban mayor presión. Aunque la imagen que solemos tener es la de constantes bombardeos, ráfagas de ametralladoras y el grito de los compañeros muriendo, el día a día era bastante más tranquilo, no por ello mucho mejor. Lo habitual eran "días fríos y aburridos" sin disparos, bombardeos ni ofensivas a pie, pero condenadamente duros.

El miedo a un ataque existía, pero al principio era fácil predecirlos porque la artillería debía realizar disparos de prueba para calibrar los cañones. Conforme pasaron los años, los en observación, cálculo y el desarrollo de tácticas de infiltración sí crearon un miedo constante a los ataques. De un momento a otro podían caer sobre las cabezas de los soldados toneladas de proyectiles, algunos de ellos con gas. El gas era especialmente aterrador porque no siempre era fácil de detectar, podía ser un asesino tan silencioso como lo fue la fiebre española al final del conflicto.

En la primera línea había poco tiempo para dormir. Por la noche debían vigilar la tierra de nadie (terreno entre las trincheras de ambos bandos) y realizar labores de mantenimiento como reparar alambradas o trincheras anegadas por la lluvia y destrozadas por los bombardeos. Cualquier fisura debía repararse lo antes posible para seguir en guardia un día más sabiendo que las defensas estaban en perfecto estado.

Las condiciones también dependían del rango, del frente y del ejército. Los oficiales disfrutaban de más descansos y comodidades. El ejército británico estaba mejor abastecido y preparado que el ruso, y los alemanes desarrollaron un sistema de túneles y búnkeres (donde tenían hasta pianos) amplios y cómodos, aunque sufrieron el cierre comercial del Báltico en la segunda mitad de la guerra, algo que notaron especialmente los civiles. Las condiciones cambiaban mucho dependiendo de estos factores, pero en general la vida era incómoda, aburrida y muy dura, siempre pensando en el enemigo y en volver a casa. Al mundo de la seguridad.

Hombres de trincherasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora