Aún inmersa en la eternidad, soy dueña de mis sentimientos. Mi ser dejó de existir hace años en aquel lugar bajo mis pies; sin embargo, no me difuminé por completo. Mi esencia existe, aquí, y también en todos aquellos lugares donde imprimí mi huella. Como en él.
Ya no soy esclava del tiempo, y sin embargo, aquel sentimiento llenó el cuerpo que ya no me pertenece, pero que sigue presente, al punto en que los segundos volvieron a parecerme ordinarios. Algo cambió en mí. Algo se movió en mi interior que ya no existe. ¿Cómo es posible que algo se sienta distinto cuando ya nada lo puede ser? Estoy sentada en la eternidad, ya nada aquí puede cambiar. No obstante, puedo reconocerlo. Puedo sentir como aquel presentimiento se apropia de mis venas y fluye por el resto de mi ser. Así se siente cada vez que el destino decide juntarnos.
Llegó su hora.
“¿Cómo será él? ¿Habrá cambiado?”, pienso. Mas, me reprimo a mí misma, porque sé que abandonó su cuerpo para formar parte de este lugar. Aun cuando no soy el único ser que descansa aquí, sin él se sentía como en soledad. ¿Cuánto tiempo estuvimos separados? La medida del tiempo aquí no existe, es relativa y distinta para que cada uno disponga de ella. Sé que no importa, porque cualquier cantidad de tiempo me parece una eternidad si no está a mi lado. Pero en algún lugar recóndito de mi ser, puedo sentir que está cada vez más cerca.
-Pensé que estarías igual que la última vez que te vi
Miro por primera vez con mis ojos que regresaron, respiro otra vez el aire irreal con la nariz que solía poseer, y siento por fin mi corazón palpitar con fuerza aprisionado en mi cuerpo que acababa de aparecer. Es como despertar de un sueño incesante del que no participaba.
Volvía a poseer mi cuerpo.
Mas, Aarón tenía razón. No llevo aquella bata de hospital que usé cuando nos despedimos, sino que llevo la argolla que adornaba mi nariz cuando tenía veinte años. Dejé de tener las primeras apariciones de arrugas que adornaban la piel de mis manos, en cambio mis uñas lucen el color borgoña de mi esmalte favorito. Mi pelo teñido color caoba no llegaba hasta mis hombros: puedo tomar una guedeja castaña entre mis dedos y alargarla tras mi espalda hasta el final de ella. Entonces, al ver mi cuerpo cubierto con mi vestido rojo favorito comprendí: estaba tal cual la noche en que Aarón me pidió matrimonio.
Sin embargo, levanto mi mirada y allí está el, observándome de la misma forma en que lo hizo la primera vez, sonriéndome como en nuestro primer reencuentro, mas luciendo como el adolescente de dieciséis años del que me enamoré. Llevaba su chaqueta de cuero negra sobre una polera de líneas rojas, grises y blancas, jeans y las zapatillas de cuero café nuevas que se había comprado hace sólo un par de días. Suspiro. Mi más hermoso recuerdo ahora se encarna delante de mis ojos: el día en que me besó por primera vez.
Dueña de mis brazos, decido utilizarlos para lo que soy mejor: los entrelazo tras su cuello, encajando de forma perfecta, mientras siento los suyos sosteniendo mi cintura. Una vez más, el destino se decidió por reencontrarnos. Esta vez, para siempre.