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-¿Dónde estoy?- Me pregunto... Abro los ojos y me veo ceñido en una profunda oscuridad. Poco a poco, una presencia se acerca a mí y me coloca su mano en el hombro... -¿Quién eres?- Le pregunto en un estado indiferente y triste. De repente, el lugar sumido en la oscuridad, se aclara un poco. Parezco estar en una habitación o una sala de estar, vacía, sin muebles, solo yo y la persona a mi espalda. -¿Qué es esto?- Me pregunto mientras me percato de que tengo las manos mojadas -¿Agua? No, es más espeso. -¿Aceite?- Pruebo la substancia en la cual estoy bañado. -Sangre... –Entonces, poco a poco se va aclarando más la habitación y se visualiza una puerta enfrente de mí. -Sígueme- me dice el hombre que está detrás de mío. Me pongo en pie y con una expresión de indiferencia y de lealtad, voy tras él...

En ese mismo instante, desperté sobresaltado. -Otra vez el mismo sueño...- dije. Llevaba unos días teniendo la misma pesadilla noche tras noche, y, desgraciadamente, no sabía lo que podía significar, así que decidí levantarme de la cama sin hacer mucho ruido, ya que mis padres seguían durmiendo. –Serán cerca de las siete y media- dije con los ojos entrecerrados mientras rascaba mi espalda en aquella calurosa mañana de verano.
Me puse en pie intentando no resbalarme con la ropa sucia del día anterior, esparcida por los rincones de aquella habitación que no media más de tres metros cuadrados, donde sólo disponía de la cama deshecha, un pequeño armario de dos puertas para guardar ropa, un pequeño escritorio donde solía estudiar los días que tenía clase y un corcho en la pared, que contenía una foto de la graduación de primero de bachillerato que nos habían obligado a hacernos en el colegio antes de que finalizasen las clases.

Conseguí salir de la habitación como pude, sin hacer mucho ruido y moviendo poco a poco la maneta de aquella puerta que solo crujía en los peores momentos y fui al lavabo a lavarme la cara para quitarme las lagañas e intentar disimular las ojeras de la noche anterior. Para mi sorpresa y vergüenza, mi madre se encontraba dentro maquillándose. No es nada raro verla a esas horas de la madrugada pintándose para ir a trabajar (sobre todo los lunes, que entra a las ocho de la mañana, a diferencia del resto de la semana, que entra a las diez), pero el problema era que yo no recordaba que era lunes, y estaba simplemente en boxers blancos y con la típica erección mañanera de cualquier adolescente de dieciocho años.
Mi reacción fue clara; darme la vuelta para que no la notase. Cerré los ojos deseando que no lo hubiese visto, en ese momento se me acercó y me dio un beso en la mejilla y seguidamente me dijo: Hoy para comer haré macarrones con tomate. Compra queso rallado y pan-.
-¡Bien!-. Exclame en mi interior porque no se había dado cuenta de mi "dulce" despertar, por así decirlo. Pero la diosa de la suerte no me sonrió en aquella mañana. Cuando mi madre se alejaba, me dijo: Ah, por cierto Eric, tápate el bulto de las piernas y espabila, que has de llevar a tu hermano al esplai-. Dicho esto, salió por la puerta. Me quería morir en ese momento.

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