I
Cerró los ojos, de mirar cansados
la sombra de la muerte por su alcoba,
espía que acechaba en los bordados
damascos de su lecho de caoba.
Quiso bajar hasta el jardín.
Decía cosas tan vagas que ya nadie sabe
si en su palabra sin matiz había
algo que fuera humano.
Limpia y suave,
el agua de la fuente discurría
entre hojas secas. Ella, sonriente,
fue más que luz bajo la luz del día.
Y con voz dulce de convaleciente,
mientras su boca blanca sonreía,
pidió que la llevaran a la fuente.
II
Pidió que la llevaran a la fuente,
junto al blanco jazmín de hojas marchitas,
y la envolvieron perfumadamente
las azucenas y las margaritas.
Estaba bella, como un taciturno
crepúsculo de sol, ágata y lila;
con mucho de sonata y de nocturno
en el piano sin voz de su pupila...
Pálida como un pétalo guardado
en las hojas de un libro de pecado,
a sus últimos pajes sonreía...
Mientras sobre la linfa de la fuente
la anemia sofocada del Poniente
reflejaba su lánguida agonía.
III
Reflejaba su lánguida agonía
la peregrina del amor, en tanto
la fuente insinuadora discurría
como un dolor que se resuelve en llanto.
Dijo después con lentitud: "Deploro
no recordar, para consuelo mío,
el canto aquel en que Rubén Darío
comentaba mi cruel risa de oro"
Todos la contemplábamos.
De repente
un paje que mirábase en la fuente
volvió su rostro...
Y como un canto de ave
en el jardín callado y vespertino,
vibró en la tarde dolorosa el trino
maravilloso de "Era un aire suave..."
IV
En su blando sillón de terciopelo,
ella escuchaba la canción querida.
Alguien dijo: —¡Rubén está en el cielo!
Y ella afirmó: —¡Rubén está en la vida!...
Se espaciaron las sombras en la altura,
bajaron al jardín y sobre ella,
para esconderse en su pupila oscura,
vino la luz de la primera estrella.
No se sabe qué dijo a su pupila
aquella luz, que cada vez titila
con más fulgor en nuestro absorto duelo...
Ella quedó como transfigurada,
pálida y sonriente, arrellanada
en su blando sillón de terciopelo.
V
¡Oh, triste tarde! Entre tu gasa fría,
viste con que solícitos cuidados
cargó el sillón de Eulalia la sombría
tropa de sus contritos convidados...
Cuando dejamos sobre el blanco lecho
el cuerpo de la dulce soñadora,
vimos que la brillaba sobre el pecho
una medalla de Nuestra Señora.
"La estancia se llenó de los rumores
de la muerte".
Piadosas, nuestras manos,
sobre el lecho de espuma echaron flores...
Y la marquesa Eulalia parecía
una flor de jardines ultrahumanos
que entre flores del mundo se escondía.
VI
Así murió, junto a la fuente inquieta
en que como un dolor temblaba el agua,
la lírica y romántica coqueta
del inmenso cantor de Nicaragua.
Y pues quiso que al menos una lira
sus últimos instantes relatara,
mi lira es la devota que delira
por dejar esta flor sobre su ara.
Y si queréis saber donde reposa
la que tan alto galardón tenía,
tomad una vereda misteriosa
hacia el jardín aquel...
Y, sabiamente
arrancadle el secreto a la armonía
melancólica y cauta de la fuente.
![](https://img.wattpad.com/cover/74283572-288-k141642.jpg)
ESTÁS LEYENDO
La marquesa Eulalia
PoetryAGUSTIN ACOSTA Cuba, Matanzas 1886 - Miami. 1979 Los últimos instantes de la marquesa Eulalia