El tercer eslabón

274 4 1
                                    

Cementerio Hiegeltrude, Alemania.

El sol iluminaba la lapida de piedra donde se había tallado en relieve el nombre de Ursula Buttner, un poco mas abajo, una frase escrita en cursiva rezaba un "Descanse en paz". El cementerio estaba en completo silencio. De vez en cuando, se podía oír el jadeo de un hombre sentado en el suelo, con la espalda apoyada en dicha lapida. Tenía la mirada perdida en el horizonte, donde el sol iba escondiéndose lentamente. Soltó un suspiro largo y profundo, se levantó poco a poco a tiempo que miraba a su alrededor. Hacia poco más de dos horas, el lugar había estado lleno de gente que se acercaba a él para darle el pésame. Algunos, habían sido amigos de su abuela, otros, conocidos y, otros tantos, simples curiosos, pocas veces ocurría algo tan interesante como un suicidio en este pueblo.

Volvió a mirar la lapida, no había llorado durante el entierro y tampoco pensaba hacerlo ahora, tal vez la muerte de su abuela era más un alivio que una desgracia. Meneó la cabeza desechando la idea, estaba mal pensar así, al fin y al cabo era sangre de su sangre y ella había sido la que le había criado.

Caminó hacia la puerta de salida, sus pasos eran amortiguados por la hierba que crecía a su antojo, verde y jugosa. En el aire se intuía el olor de la tormenta que se estaba acercando, a lo lejos, se podían divisar los inmensos nubarrones que se aproximaban sin prisas. Seguramente, pensó, la tempestad estallaría esa misma noche.

Llegó a la salida, las calles estaban desiertas, tan solo se veía un coche negro, aparcado a unos metros de donde se encontraba, giró a la derecha, tenia ganas de llegar a casa de su abuela y darse una ducha, el entierro le había puesto nervioso y estaba completamente sudado. Luego, arreglaría todos sus objetos personales, esperaba no tener que quedarse allí a dormir, no quería que las pesadillas le acechasen de nuevo.

- Perdone, ¿es usted Heinrich? - se giró sorprendido, un anciano de pelo canoso y con un enorme maletín de color negro estaba de pie a tan solo unos metros mirándole mientras balanceaba la mano que tenia libre, parecía un tanto nervioso.

- Si, soy yo, ¿en que puedo ayudarle? - pregunto escéptico.

- Soy el doctor forense Sebastian Wilder, no se si me reconocerá. - No esperó una respuesta- He sido yo el que le a realizado la autopsia a su abuela... - Miró un sobre para leer el nombre- Ursula Buttner, si no me equivoco.

- Así es - respondió con cautela.

- Verá, se que le han diagnosticado una muerte por suicido, según el informe, su abuela murió ahorcada y asfixiada por una cuerda atada a lo alto de la barandilla de la escalera, o al menos, eso es lo que me han hecho firmar.- Heinrich le miró sin entender, el doctor siguió hablando como si no se hubiese percatado de su cara de desconcierto- la verdad es que hay algunas cosas que no me cuadran, me gustaría que leyese este sobre antes de que se fuese a su ciudad - Dijo al tiempo que le tendía el sobre amarillento donde había mirado antes el nombre de su abuela- Si usted pide una ultima prueba, puede ser que su abuela tenga justicia, o puede ser que mis conclusiones sean falsas, en tal caso le pediría perdón a usted por las molestias causadas.

Heinrich miró repetidamente al sobre para luego posar la vista sobre aquel extraño hombre que, un tanto nervioso, que en ese momento se acomodaba las gafas en el puente de la nariz. Después de reflexionar lo que le pareció una eternidad, alargó la mano y lo cogió. El doctor sonrió:

- Gracias señor Heinrich, para cualquier cosa no dude en llamarme, tiene el numero apuntado en el sobre.

- Está bien - respondió sin mirarle siquiera - le llamaré esta noche.

- Tenga cuidado, si mis suposiciones son ciertas puede que haya un asesino merodeando su familia.

- Tendré cuidado, no se preocupe - dijo al tiempo que le estrechaba la mano y se giraba para proseguir su camino.

El tercer eslabónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora