2 El jarrón de la señora Granger

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Habían pasado 10 años desde que el señor y la señora Granger habían visto en el informativo la noticia de las estrellas fugaces en Kent y Hermione Granger ya no era una bebé. Había crecido y con ella también su inteligencia, era una estudiante sobresaliente en su escuela y regularmente sus padres recibían notas de sus maestros elogiando el intelecto y el comportamiento de Hermione.

Hermione Granger se encontraba durmiendo, acurrucada bajo las sábanas un poco más tarde de lo normal. No era común en ella despertar tarde, pero de vez en cuando se permitía ese pequeño gusto. Al fin y al cabo, estaba en su período de vacaciones y el año que acababa de terminar tuvo las mejores notas de todo el curso.

Hermione se levantó y se desperezó despacio al escuchar a sus padres conversando en la cocina. Probablemente ya estarían desayunando. Rápidamente se vistió, arregló su cama y se dirigió a la cocina, era fin de semana y el consultorio estaba cerrado, así que ese día disfrutaría de la compañía de sus padres.

- ¡Buenos días!

- Buen día, cariño - respondió la señora Granger - ¿quieres desayunar de una vez? - le preguntó, aunque ya estaba sirviendo huevos, tocino y tostadas en un plato.

- Claro, mamá.

Después de desayunar y planear lo que iban a hacer ese día, los Granger se levantaron de la mesa para atender los quehaceres matutinos de rutina. Luego de eso tenían planeado ir al cine, dar una vuelta por ahí y quizás comer un helado en el parque.

Hermione y sus padres tuvieron un gran día de paseo. En la tarde fueron al parque y cuando ya iban a regresar a su hogar, el señor Granger tuvo un arrebato de cariño por su esposa y le compró un ramo de rosas rojas. Esos eran los pequeños detalles que mantenían ese matrimonio tan unido y que Hermione observaba silenciosamente y admiraba mientras se sonreía por dentro. La señora Granger no podía ocultar su alegría, llevaba el regalo en sus brazos con una sonrisa que parecía que nunca se podría apagar.

Al llegar a casa, la señora Granger y Hermione se dirigieron a la cocina a buscar un jarrón para colocar las flores y así pudieran adornar la casa y perfumarla. Después de una Hermione traviesa y curiosa de tres años, la señora Granger sólo conservaba un jarrón sin daño alguno. Era de un hermoso color rosa, con algunos detalles en dorado.

Hermione y su madre pusieron las flores en el jarrón y las admiraron un rato. Era una lástima que el recipiente donde estaban fuera rosa, sin duda lucirían más su color rojo contra un tono azul. Mientras la señora Granger preparaba un té, Hermione seguía mirando las rosas y mientras lo hacía, vio como lentamente el jarrón se iba tiñendo de un azul pálido que iba convirtiéndose en un tono más sólido al tiempo que Hermione no podía evitar abrir sus ojos asombrada.

Hermione era una jovencita que no creía en fantasías ni magia, por lo que no podía evitar pensar que debía existir una explicación para lo que acababa de ocurrir. Quizás habría sido por exponer el jarrón al sol y la humedad después de varios años de estar guardado. Definitivamente, esa debía ser la razón. Sin embargo, prefirió no decirle nada a sus padres, algo la hacía sospechar que lo sucedido no era normal y temía un poco que no existiera una buena explicación para ello.

Al final del día, Hermione se fue a dormir con la extraña sensación de que ella había provocado el cambio en el jarrón. Pero era imposible, eso no tenía sentido. No era posible que una persona pudiese cambiar el color de un objeto sólo con pensarlo... ¿o quizás sí? 

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⏰ Última actualización: Oct 31, 2016 ⏰

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