Las cosas han cambiado, tengo que crecer más, más rápido y con una gran sonrisa en la cara; me coloco el cuello de la camisa. No me quieres. Repito mentalmente cada una de esas tres palabras, una y otra vez, hora tras hora y... todavía no entiendo el maldito despropósito que forman.
-Un despropósito, sí, un disparate; porque no estoy hecha para concebir algo así, no todavía, y menos viniendo de ti, joder, joder, ¡joder!-
Compruebo el estado de mi pelo en el reflejo de un escaparate, me enciendo un cigarro y escupo violentamente ese humo sucio mezclado con mi insípido aliento; sólo me queda esperar a que dejes de dolerme, tengo que suponer eso. Camino un buen trecho fingiendo que no sé a donde voy, pero como siempre, acabo sentada en el mismo lugar, mirando los mismos ladrillos, soñando cada recuerdo que construí contigo.
Dejo volar mi imaginación, que se mezcla con el viento provocando que una brisa me devuelva tu aroma y... ahí estás, tu imagen se reproduce a lo largo de todo el escenario, caminas entre las hierbas y juegas a encontrar tesoros entre los restos olvidados de una obra frustrada. Sé que lo que estoy viendo no está sucediendo de verdad, pero lo cierto es que, aquí sentada observando recuerdos, todo parece estar más cerca de la realidad.
Dibujo en una pared, solíamos hacerlo así. Pronto las líneas comienzan a poblar cada surco del desgastado hormigón, la oscuridad de la pintura se mezcla con la humedad filtrada en la piedra tras los años; líneas curvas y rectas se entrelazan y se disuelven a lo largo del gigantesco lienzo grisáceo. Cuando he terminado, contemplo la obra y firmo sin pensarlo y... mierda, le falta algo.
-Le faltas tú, tu firma, tu trazo.-
No puedo evitar sentirme como esa pared, llena de garabatos y al mismo tiempo vacía, vacía de encanto.