Transatlántico (1ª parte)

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El viejo Jack estaba sentado en un sillón delante la hoguera que había en el pequeño salón de su casa. Estaba triste y no quería contar a nadie lo que le pasaba. Sus ojos hablaban por si mismo, estaban llenos de ira, de miedo, de un sentimiento que no le dejaba respirar. Él ocultaba una historia que había permanecido oculta a todos los seres que le rodeaban, nunca, nunca jamás se le había escapado una sola palabra de lo que pasó. Entonces Jack empezó a recordar la historia.

Era una fría noche de invierno y el joven Jack observaba desde su habitación como la luna se ocultaba entre las nubes negras. La mañana siguiente, Jack se despertó después de una pesadilla horrorosa. Salió a la calle y compró un diario en una tienda pequeña. El Titanic ocupaba todas las portadas de los diarios. Los periodistas escribían sobre ese barco tan grande y lujoso que cambiaría la vida a todos los habitantes de la ciudad de Belfast. Enseguida empezó a llover y Jack decidió refugiarse al lado de la puerta de una casa. La puerta se abrió y Jack desapareció.

En un pueblo cercano a la ciudad de Belfast, capital de Irlanda del Norte, llamado Ballygalley, los representantes de una pequeña mafia se reunieron en una casa en ruinas. Allí Peter y Bill se reunieron con El Líder.

― Bien, bien, bien, así que ya lo tenéis. ―dijo El Líder―. Todo está ocurriendo según lo planeado.

― ¿Cuáles son sus órdenes? ―preguntó Peter―.

― Mañana, el Titanic hará su primer viaje. ―dijo El Líder―. Allí lo encerraréis en la bodega del barco y una chica llamada Sabrina os facilitará el acceso. Cuando lleguéis a América El Gran Líder os recibirá y tratará con él. Entendido?

― ¡Sí, señor! ―dijeron Bill y Peter a la vez―.

Peter se giró y lanzó un dardo anestésico a Jack que hizo dormir todo su cuerpo. Bill y Peter metieron el cuerpo de Jack en un saco de patatas y cogieron un coche para hacer el viaje hasta Southampton. 

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