Well, what am I to do?

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Con eso quiere decir que existe riesgo de muerte en la operación, Doctor Lestrade?

Mycroft parpadeó repetidamente. Las lágrimas se agolpaban en sus ojos, necesitando aflorar para aliviar la presión.

Todo había comenzado hacía exactamente 2 meses atrás. Anthea se preocupó cuando su siempre puntual jefe no arribó a la reunión en tiempo y forma. Al llamarlo, el hombre simplemente respondió que lo había olvidado. Mycroft Alexander Holmes jamás olvidaba algo; podía obviar detalles que le parecían completamente absurdos, o simplemente hacer como si no supiera absolutamente nada sobre un tema para no dejar a su interlocutor como un ignorante, pero... ¿Olvidarse? No era algo que estuviera en su esencia. De inmediato, la muchacha comenzó a prestar más atención en los hábitos del hombre. El olvido inicial fue seguido por lentitud en las respuestas y la toma de decisiones. Mycroft siempre se había caracterizado por la agudeza de sus ideas y propuestas, pero ahora eso había quedado perdido en un cercano pasado que parecía esfumarse lentamente a causa de su malestar. Su carácter tampoco era el mismo. Él mantenía una relación de cordialidad con todas las personas que trabajaban a su alrededor, y bajo ninguna circunstancia perdía los estribos o alzaba la voz. Pero cuando el pobre novato que Anthea estaba entrenando tardó 9 segundos más de lo debido en realidad una llamada, el hombre de hielo explotó en gritos e improperios contra él. Fue la gota que rebalsó el vaso. De inmediato, la mujer llamó al médico de confianza del señor Holmes. Tras varios exámenes de rutina, y con la inminente aparición de dolores de cabeza, vómitos y la disminución de las funciones de sus extremidades, fue derivado al mejor especialista en Neurología de todo el Reino Unido, el doctor Gregory Lestrade.

Al recibir el historial médico del paciente, el diagnóstico fue sencillo: tumor cerebral. Tras resonancias magnéticas, punciones lumbares, análisis de sangre e incontables consultas con el hombre, la decisión era irrebatible: debía operarse y luego, si todo evolucionaba como esperaban, realizar sesiones de radiación. El diagnóstico final fue Astrocitoma anaplásico, en estado bastante avanzado y peligroso, y Lestrade temía por su paciente.

- Señor Holmes, sólo podemos esperar a que evolucione positivamente

Mycroft sabía que cuando los doctores tenían pocas palabras que decir, era porque ya no había demasiado por hacer. Respiró profundo y firmó las formas de consentimiento para realizar la cirugía lo más rápido posible. Ni siquiera necesitaba pensarlo demasiado, quería intentar hasta las últimas consecuencias, puesto que aún le quedaban demasiadas cosas por vivir. Porque a pesar de ser relativamente joven, había dedicado demasiado tiempo a su progreso profesional, olvidándose así de las cosas simples de la vida. Desde los 17 años que no descansaba ni por un momento: carrera en política internacional, idiomas, economía; millones de reuniones, cursos y congresos. Eso lo había llevado hasta la cima del mundo, pero con un terrible precio. El estudio absorbió cada instante de sus días, y ya no tuvo tiempo libre para volver a la acogedora casa de campo que tenía su familia en las afueras de Londres. Ya no tuvo ni siquiera un breve instante para dedicarle a su pequeño hermano, que esperaba ansioso su regreso para leer juntos historias de piratas. Ya no tuvo tiempo para salir a tomar una copa con personas de su edad. Ya nunca más volvió a frecuentar una cafetería, ni un lugar público fuera del marco de alguna reunión repleta de personajes de alto nivel. Pasó los siguientes 24 años de su vida atendiendo a la Corona, olvidándose de la importancia de las raíces, de la familia, del porvenir. Nunca se percató de su inminente vejez, de la falta de hijos o pareja. Simplemente decidió que su trabajo era mucho más importante, y que su soledad era una tonta consecuencia de su éxito.

- Supongo que debí vivir más libremente, con menos obligaciones y de forma espontánea

Lestrade observó al hombre con cierta compasión. O más bien, con lástima. Conocía eso de vivir al límite, algunos de sus compañeros llevaban ese estilo de existencia tan insalubre. Él se había dedicado a la calma del hogar y contaba con el orgullo de ser padre: Un muchacho de 21 que acababa de ingresar a la Universidad, decidiéndose al fin por la medicina y una bellísima princesa de 18 que deseaba convertirse en bailarina profesional. Greg había dado todo por ambos, exigiéndose al máximo para nunca faltar a las presentaciones de la pequeña Julie ni a los juegos de Tom. Quizás eso ayudó a que el matrimonio que creyó perfecto por más de 20 años se desmoronara poco a poco. Quizás dedicar el tiempo libre a sus hijos hizo que olvidara cosas puntuales, como los aniversarios y las fechas comerciales. Nunca había salido a cenar con ella para San Valentin, puesto que era más importante para él compartir las noches con Tom, hablando de los progresos del Arsenal o de alguna película de acción. Nunca habían tenido un viaje romántico de fin de semana, porque Julie siempre tenía que llegar temprano a sus ensayos y él adoraba llevarla y recibir su dulce beso de despedida, acompañado de una tierna sonrisa. La infidelidad fue un extra. Si él la hubiese complacido más, tendría la vida perfecta. Pero priorizar siempre tiene su costo, y él lo pagaba con su soledad. No era algo que realmente lo preocupara, puesto que podía viajar a ver a sus hijos o quedarse leyendo sin culpa. Pero a veces extrañaba la calidez de las sábanas después del sexo, o el simple hecho de la compañía en las mañanas de domingo, cuando la flojera reinaba en el cuerpo. Negó con la cabeza para desechar ése pensamiento. Holmes era lo primordial ahora. Un hombre tan joven, con tanto por hacer... Sinceramente esperaba poder ayudarlo y darle el tiempo que necesitaba para comenzar a vivir.

Black StarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora