Prefacio.

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Estados Unidos, 2000.

Pretendían matarlo, sí deshacerse completamente de él.

Ethan estaba de pie en el centro del patio desierto, con las manos atadas a la espalda y sujeto por una cuerda de plata a un poste que había sido clavado en el suelo detrás de su espalda. Su expresión se hallaba desprovista de toda emoción mientras miraba hacia delante, sin hacer aparentemente caso de sus enemigos, éste se veía demasiado seguro; lo cual no se planteaba para la ocasión.

El cautivo no había ofrecido ninguna clase de resistencia, permitiendo que sus captores lo desnudaran hasta la cintura sin ni siquiera levantar un puño o pronunciar una sola palabra de protesta; dibujando en su rostro una sonrisa cada vez con mayor exactitud y grandeza. Su magnífica capa para el invierno forrada de piel, su gruesa cota, su camisa de algodón, sus calzas y sus botas de cuero le habían sido arrancadas y arrojadas al suelo helado, delante de él. La intención que guiaba a sus enemigos no podía ser más clara. El guerrero moriría, pero sin que su muerte llegara a traer consigo ninguna nueva marca para añadirla a su cuerpo, ya señalado por las cicatrices de la batalla. Mientras su ávida audiencia miraba, el cautivo podía dedicarse a contemplar sus prendas en tanto iba congelándose poco a poco hasta "morir", eso creían.

Doce hombres lo rodeaban. Con los cuchillos desenvainados para darse valor, aquellos hombres andaban en círculos alrededor del hombre cautivo, burlándose de él y gritándole insultos y obscenidades mientras sus pies calzados con botas pateaban el suelo en un esfuerzo por mantener a raya la gélida temperatura. Aun así, todos y cada uno de ellos se mantenían a una prudente distancia de él, por si llegase a darse el caso de que su, por el momento, dócil cautivo cambiara súbitamente de parecer y decidiera liberarse de sus ataduras y atacarlos. No les cabía ninguna duda de que era perfectamente capaz de tal hazaña, porque todos habían escuchado las historias que se contaban de su hercúlea fortaleza. Algunos incluso habían podido presenciar en una o dos ocasiones las tremendas proezas que era capaz de llevar acabo en el curso de la batalla. Y si el cautivo se liberaba de las cuerdas que lo sujetaban al poste, los hombres se verían obligados a utilizar sus cuchillos, pero no antes de que el guerrero hubiera enviado a tres, posiblemente incluso a cuatro de ellos, a la muerte.

El que mandaba aquel grupo de doce hombres no podía creer en su buena fortuna. Habían capturado al lobo, al hombre que tanto habían buscado y no tardarían en presenciar su muerte.

Ethan no se estaba comportando como habría podido esperarse de un hombre que va a morir. El cautivo no suplicaba por su vida o gimoteaba pidiendo un rápido final. Tampoco tenía el aspecto de un agonizante. No se le había puesto la carne de gallina y su piel no había palidecido, sino que seguía estando bronceada por el sol y curtida por la exposición a la intemperie. ¡Maldición, pero si ni siquiera temblaba! Sí, ellos habían desnudado al noble, y sin embargo debajo de todas las capas de refinamiento seguía hallándose presente el orgulloso señor de la guerra, mostrándose tan primitivo y carente de miedo como aireaban todas aquellas historias que corrían acerca de él. El Lobo había quedado súbitamente revelado ante sus ojos.

Las burlas de los primeros momentos ya habían cesado. Ahora solo se podía oír el estruendo del viento que aullaba a través del patio. El que mandaba, Jackson, dirigió su atención hacia sus hombres cazadores, los cuales permanecían inmóviles formando corro a escasa distancia de él. Todos mantenían los ojos clavados en el suelo. Él sabía que evitaban mirar a su cautivo. No podía culparlos por aquella exhibición de cobardía, a él también le estaba resultando muy ardua la labor de mirar directamente a los ojos del guerrero.

Por otro lado, me encontraba yo, Isaac. Un niño común como todos los demás. Como de costumbre no estaba en casa, si no en el bosque, mi lugar de paz, ese lugar donde podía respirar aire de tranquilidad, un lugar donde las personas no podían molestarme.

Pero;¿Acaso no estaba sólo? Las hojas crujen y el viento corre con mayor velocidad, algo anda mal.

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