parte única

962 88 17
                                    

Se apoyó en la pared, sosteniendo una mano sobre sus ojos. Las brillantes luces le cegaban, y en la distancia, la palpitante música se empujaba con rabia contra sus oídos cansados. Estoy tan harto, pensó, pues tenía demasiado miedo como para decirlo en voz alta, ya que alguien podría escucharlo.

La última vez que sus pensamientos se abrieron paso, nada bueno había resultado. Así que se lo guardó, a la espera de más noches como esa.

Dos tazas de color rojo vacías descansaban junto a sus piernas estiradas; una estaba de lado, formando un pequeño charco ambarino a su alrededor. La taza restante, todavía llena hasta el borde, se burló de él.

"Ni siquiera yo puedo deshacerme de tus problemas".

Él sabía que el alcohol no ayudaría. Simplemente lo volvería peor. Tampoco sabía por qué lo había obtenido en primer lugar, y mucho menos por qué sirvió dos vasos. El sabor amargo en la parte posterior de la boca lo llevó de vuelta a los días más felices, cuando bebía por diversión y porque era lo que los chicos cool hacían. Cada sorbo era como un puñetazo en la garganta.

Dejó que su cabeza cayera hacia atrás, sus ojos vacíos viajaron por toda la habitación. El apartamento, descuidado y oscuro excepto por las tenues luces de la secuencia que había colgado descuidadamente la primera noche que durmió ahí, había sido su hogar cuando no tenía a dónde ir.

En donde sus padres vivían —a penas podía llamarle casa, y mucho menos un hogar—, cada noche estaba llena de estómagos vacíos y de los gritos de ira mezclados con decepción de su padre. Estaba agradecido de haber escapado de ahí. Pero eso era antes, cuando las cosas eran mejores. Ahora...

Cuanto más tiempo se quedaba, cada vez menos ese lugar oscuro se sentía como un hogar.

Nadie tenía la culpa, no se puede controlar el universo. Así como tampoco se podían ver las bombas ocultas detrás de todos esos años de amistad.

Se preguntó si valía la pena, cerrando los ojos de nuevo. ¿Sería mejor simplemente dejarlo pasar y olvidar que todo eso había pasado alguna vez?

¿Qué cosas buenas habían pasado durante el último año? ¿Dónde estaba la felicidad y satisfacción que los adultos afirmaron que iba a encontrar? Abandonó la escuela, dejando a su hermana pequeña convertirse en la mayor en aquella casa de la ira y la desconfianza, descolgando el teléfono para escuchar su voz temblorosa que solamente anunciaba malas noticias.

Nada de eso era lo que él pensaba que iba a encontrar.

En su lugar, todo lo que tenía era una cerveza tibia, la ropa en su espalda, y unos cuantos dólares en el bolsillo trasero de sus pantalones. Y un encendedor.

Le gustaría poder borrar cada pequeño objeto de sus pensamientos. Pero ahí estaba, presionando con fuerza su pierna a través del bolsillo. Tal vez si cerraba sus ojos lo suficientemente fuerte, esta pesadilla de hace un año se haría añicos y él despertaría, siendo un chico feliz otra vez.

Ya no recordaba cómo era que la felicidad se sentía. Ni siquiera podía recordar lo que era sentir algo. Tan sólo vacío.

La puerta se abrió.

Su amigo estaba de vuelta. Pero, ¿por cuánto tiempo? ¿Serían capaces de cubrir todas aquellas grietas silenciosas en esa casa oscura y vacía?

Él no lo creía.

Abrió sus ojos para verlo de pie junto a él. Llevaba la misma camisa blanca, manchada alrededor del cuello, y los pantalones vaqueros rasgados, al igual que lo hacía siempre. Su cabello se aferraba a su frente con untuosidad, y sus ojeras estaban tan marcadas que se preguntó si su amigo había dormido en todos estos días.

HOUSE OF CARDS ― YOONKOOKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora