Lago y Luna.

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Las estrellas me acompañaban en esa noche de silencio. Me sentí viva por primera vez en meses. Podía sentir la brisa fresca de otoño acariciar mi cuerpo y el sonido de las hojas mecerse en esos finos árboles. Un colchón de hojas pisaba mis botas como si fueran cartones arrugados.

 La Luna me sonreía mientras se elevaba lentamente en cielo, cambiando de lugar por el Sol. Esa hermosa esfera amarilla que poco a poco se fue para dar espacio a su amor prohibido e imposible.

 Supongo que estaba en una de esas noches donde tu cerebro salió volando y sólo te guías por tu instinto y algo más, algo poderoso que está dentro de nosotros. Dentro de nuestro corazón: el alma.

 Ningún auto pasaba, ninguna persona caminaba… Creo que nadie con un poco de conciencia caminaría a media noche. Pero como mencioné, mi cerebro no estaba conmigo. Tampoco lo estaba mi conciencia.

 Llegué a un lago que estaba tan quieto como una estatua que visité en un parque una vez, hace unos años. Pero el reflejo de la luna lo hacía único y le dejaba un toque con brillo. Uno podía ver el reflejo de todo el frondoso bosque que estaba alrededor.

 En un sucio banco de madera me senté.

A escuchar el silencio. El silencio siempre me inspiró. En mi opinión, el silencio es el grito de todos los que piden ayuda. Un grillo se escuchaba a lo lejos resonando la única melodía que aprendió en su vida.

Lo más raro es que cuando uno piensa que está loco, se da cuenta que hay alguien que está tan loco como uno mismo.

Del otro lado había una silueta. Estaba segura que era masculina. Al igual que yo, estaba sentado en un banco y sus manos en los bolsillos.

 Su cabello era oscuro como esta noche de otoño. Tal vez más que el mío.

Me pregunté que podría estar haciendo acá alguien como él. Tal vez también esté desamparado y perdido como yo y ahora que se siente un poco más aliviado, que tiene toda una vida por delante, sale a media noche a observar lo que uno perdió en meses por estar encerrado llorando en silencio.

Mis cortes empezaron arder sin explicación alguna. Tal vez sea el viento.

Sentía que ya era suficiente pero quería saber quién es la persona que estaba del otro lado.

Me levanté del banco de madera y caminé lentamente pero sin observar a la silueta. Tal vez tenga mi edad o un año más. Estaba algo intimidada ante la presencia de alguien más. Pero a la vez me sentía reconfortada.

Con valor, a mitad de camino, levanté mi cabeza y dejé de mirar las hojas secas y el amarillo pasto.

 No entendí cuando lo vi sin su abrigo, sólo con unos bóxers y al parecer una camiseta. No entendía nada.

 Hice una mueca de incomprensión. Este chico era más loco que yo.

Su rostro se hizo más visible, pude observar dos ojos claros que brillaban bajo la Luna, un cuerpo de adolescente y sus dos pómulos perfectamente marcados.

 Su rostro…

 Me era tan familiar.

Reaccioné ante todo y no di tiempo de nada. Mi alma sacó ese instinto mío que nunca tuve.

-¡No!

 Grité con todas mis fuerzas. Podía asegurar que mi chillido se escuchó por todo el bosque, que mi voz aguda se escuchó en el cielo pero no por la potencia de mí grito, sino porque también mi misma alma grito por dentro.

Estaba sólo en bóxers y yo estaba a muchos metros de él.

Se tiró.

Cuando estaba por llegar, él ya no estaba en la tierra. Estaba dentro de esas frías aguas. Mi corazón latía con rapidez. Me olvidé de mis cinco sentidos y me desvestí, quedando con jeans y una remera. Descalza, con mi cabello enmarañado, me lancé al lago ante que sea demasiado tarde.

 El agua me congeló cuando mi cuerpo hizo contacto con este elemento de la naturaleza. Mi piel se volvió de gallina. Sentí que cada órgano se estaba congelando. Nadé y nadé hasta las profundidades pero no encontré al muchacho.

-No…

 Me olvidé que uno no puede hablar en el agua. Solté todo el poco aire que tenía y tragué agua fría que me hizo atragantar. Mis ojos se llenaron de lágrimas y después, la noche oscura se transformó en una noche aún más oscura.

 Era una luz blanquecina que me cegaba demasiado. No podía definir nada con claridad. Poco a poco la luz se  fue apaciguando.

Mis oídos captaron un nombre.

-Maddie.

 Era mi nombre.

La voz no la podía reconocer. De golpe, me vinieron todas esas imágenes del lago, del chico desvistiéndose y después vi cómo se tiró al lago.

-¡El muchacho!

Exclamé de golpe, demasiado ansiosa para el gusto de las personas que me rodeaban.

Sentía mis ojos llenarse de lágrimas. –El chico. Se tiró al lago. Me tiré al agua para buscarlo… ¿Lo encontré? –La última pregunta la dije en voz más baja.

 Observé al señor y su bata blanca. Pero no medió ninguna respuesta.

-¿Está vivo?

-Maddie…

Mi madre intentó tranquilizarme pero no lo iba a hacer hasta tener la respuesta que necesitaba.

El doctor calló a mi madre. Me miró con sus intentos ojos azules.

-¿Reconociste el rostro de… ese muchacho?

-Sí. –Fruncí el ceño. –Cabello oscuro, pómulos marcados, ojos claros.

 De los ojos de mi madre brotaron dos lágrimas.

No entendía nada.

-Maddie… ese chico está muerto.

 Un balde de agua fría cayó en mi cabeza, tan fría como el agua del lago de aquella noche.

 -Madeleine, intenta recordar el rostro completo, no las partes. Esas pequeñas descripciones únelas en una sola imagen.

 La frialdad de sus palabras no me daba ánimos para hacerlo pero algo en mí hizo obedecer a su petición. Me sentí como en un océano de sentimientos.

De golpe, me viene ese rostro a mi cabeza.

Ese bello rostro. Tan conocido para mí.

Grito, grito, grito.

Lloro en silencio, porque mi silencio son los gritos de mi alma vacía.

¿Por qué lo hizo?

Recordé los cortes de mi muñeca, recordé los días que pasé encerrada en mi cuarto, recordé las sientas de pastillas que ingerí, recordé su rostro.

 Todo fue una ilusión.

Y ni siquiera en mi ilusión pude salvarlo. Él ya estaba muerto. Él murió ahí hace meses. Él fue sólo un producto de mi imaginación.

Él, mi mejor amigo.

Zackary…

La Luna lloró conmigo, brotó lágrimas que cayeron en frío lago de aquella noche. De aquellas dos noches. 

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