Este dizque era un hombre que se llamaba
Peralta. Vivía en un pajarate muy grande y muy
viejo, en el propio camino real y afuerita de un
pueblo donde vivía el Rey. No era casao y vivía
con una hermana soltera, algo viejona y muy
aburrida.
No había en el pueblo quién no conociera a
Peralta por sus muchas caridades: él lavaba los
llaguientos; él asistía a los enfermos; él enterraba
a los muertos; se quitaba el pan de la boca y
los trapitos del cuerpo para dárselos a los pobres;
y por eso era que estaba en la pura inopia;
y a la hermana se la llevaba el diablo con todos
los limosneros y leprosos que Peralta mantenía
en la casa. "¿Qué te ganás, hombre de Dios -le
decía la hermana-, con trabajar como un macho,
si todo lo que conseguís lo botás jartando y
vistiendo a tanto perezoso y holgazán? Casáte,
hombre; casáte pa que tengás hijos a quién
mantener". "Cálle la boca, hermanita, y no diga
disparates. Yo no necesito de hijos, ni de mujer
ni de nadie, porque tengo mi prójimo a quien
servir. Mi familia son los prójimos". "¡Tus prójimos!
¡Será por tanto que te lo agradecen; será
por tanto que ti han dao! ¡Ai te veo siempre más
hilachento y más infeliz que los limosneros que
socorrés! Bien podías comprarte una muda y
comprármela a yo, que harto la necesitamos; o
tan siquiera traer comida alguna vez pa que llenáramos,
ya que pasamos tantos hambres. Pero
vos no te afanás por lo tuyo: tenés sangre de
gusano".
Esta era siempre la cantaleta de la hermana;
pero como si predicara en desierto frío. Peralta
seguía más pior; siempre hilachento y zarrapastroso,
y el bolsico lámparo, lámparo; con el
fogoncito encendido tal cual vez, la despensa
en las puras tablas y una pobrecía, señor, regada
por aquella casa desde el chiquero hasta el
corredor de afuera. Figúrese que no eran tan
solamente los Peraltas, sino todos los lisiaos y
leprosos, que se habían apoderao de los cuartos
y de los corredores de la casa "convidaos
por el sangre de gusano", como decía la hermana.
Una ocasioncita estaba Peralta muy fatigao de
las afugias del día, cuando, a tiempo de largarse