Introducción.

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A menudo las grandes promesas terminan en desilusiones, es común que esperemos tanto de las personas que terminemos en una grande y terrible decepción. O locura.

Y ese ha sido mi caso, crecí en una familia dura, llena de abogados y doctores. Yo era el siguiente infeliz. Mi padre jamás aceptó mi amor por la pintura, a golpes y castigos trató de quitarme ese gusto tan "maricón" con el que Dios me había castigado, era un religioso a morir. Cuando cumplí 17 años escapé de Londres, yendo a París. La vida ahí al inicio fue sencilla era guapo y alegre, un trabajo en un bar se me facilitó al instante.

Comencé a pintar en mi pequeño apartamento, primero en mis paredes, llenándolas con mis pensamientos, permitiendo que mis sentimientos me dominaran, mis manos se movían por sí solas, incluso cerraba mis ojos y me dejaba sentir.
Pronto mi habitación estaba completamente pintada, excepto por el piso, en los rincones se encontraban cuadros terminados y unos despedazados, todos hechos por mí. Y cada vez se acumulaban más, y más, y más. Era una clase de desesperación, me encontraba ansioso siempre, quería satisfacer mi deseo con algo, y sólo la pintura lograba llenar ese hueco en mi interior. También pintaba por necesidad, solía vender mis pinturas a un buen precio.

Lo que yo desconocía era mi trastorno, y en un golpe de realidad me encontré con el Señor Edward.

Papá me hacía tomar medicamento, pregunté pero jamás me dijo el motivo, los comencé a consumir cuando la psicóloga de la escuela habló conmigo. Habían pasado 7 meses desde que huí de casa, y en ese tiempo en mi cuerpo no había habido más medicamento.

La noche del sábado 11 de octubre, me encontraba en el suelo, a un costado de mis acuarelas, mis manos estaban manchadas por pintura amarilla y verde, mientras tapaba mis oídos con fuerza, logrando que mis rizos se tiñeran. Gritaba en suplicas, pidiéndoles a ellas que se callaran, los gritos en mi cabeza se hacían cada vez más constantes, murmurando mierdas, murmurando incluso cosas que no podía entender. Mis lágrimas caían sobre la pintura y todo fue interrumpido por el maullido del gato de una de mis vecinas de piso, él acostumbraba a entrar a mi departamento cuando quisiera, pero hoy no era la noche adecuada.

El felino se acercó con entusiasmo, quizás queriendo brindarme paz, ayuda, algo que su instinto animal le decía, más sin embargo en esa habitación yo no estaba, Harry Styles no estaba, sino Edward.

No logro saber qué pasó, no lo recuerdo, los últimos recuerdos de mi memoria es el gato de mi vecina, maullando en mi regazo.
Desperté con un fuerte dolor de cabeza, tirado a un costado del sofá, con un olor a muerto en todo el lugar. Me bastó alzar la vista para darme cuenta donde provenía aquel hedor: Un gato mutilado frente a mí. Y no era cualquier gato, era el de mi vecina Clary, de 21 años, en la pared una hermosa rosa estaba dibujada, con la sangre de aquel animal, ¿cómo sé que fue Edward? El infeliz dejó una nota en mi mano.

Después de ese suceso todo fue diferente para mí, a mis 33 años me he propuesto atrapar a Edward, hacer que pague cada uno de sus pecados. No sé cómo es, pero si sé que es malo, y todo mal es digno de la extinción, sin importar los medios.

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⏰ Última actualización: Jun 17, 2016 ⏰

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El lienzo del pecado. -Larry Stylinson.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora